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¡Bienvenido a mi rinconcito personal! en mi blog voy a escribir y a mostrar mi estilo y opinión de todas las novedades, recomendaciones y contenido exclusivo.

Disfruta de tu visita!


Un amor clandestino entre un sacerdote y una monja en un entorno privilegiado: la Plaza da Quintana, en Santiago.

Para entender y disfrutar de esta leyenda, debemos dirigirnos a la Praza da Quintana.

Si cruzamos la Praza durante el día, es posible que apenas nos inmutemos de la existencia de una esquina situada poco antes de la Puerta Santa, justo en la base de la Torre del Reloj.

Pero si nos acercamos a última hora del día, la cosa cambia. Cuando cae la noche, observaremos cómo la oscuridad se adentra en la ciudad y por consiguiente el alumbrado de la plaza se enciende. Es entonces cuando aparece una figura humana con indumentaria medieval, sombrero y bordón. ¿Es realmente la sombra de una persona?

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Podría decirse que tan solo es un efecto óptico causado por el fulgor de las luces y la opacidad de las sombras sobre el muro de la Catedral. Pero en Compostela no queremos obviar las leyendas mágicas que se esconden tras esa estampa. De hecho, la imagen acumula un sinfín de estas fascinantes narraciones populares: el alma de un peregrino que se quedó atrapado en la Catedral; el triste destino del francés Leonard du Revenant tras cometer tres asesinatos; el alma que acompaña a los caminantes y no aparece hasta que llegan a su destino… Aunque la versión más extendida no es ninguna de estas tres.

La leyenda remite a la historia de amor entre un sacerdote de la Catedral de Santiago y una monja de clausura del convento de San Paio, emplazado al otro lado de la plaza. Ambos vivirían este romance en secreto a través de un pasadizo oculto que, situado bajo la escalinata, uniría la Catedral con el convento.

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Pero los amores secretos terminan cansando y una noche el sacerdote decidiría citar a su amada para huir juntos. Él intentaría no llamar la atención y esperaría escondido en una esquina de la fachada de la Catedral vestido como un peregrino medieval.

Pero ella nunca apareció.

Muchos siglos han pasado pero el enamorado sigue acudiendo cada noche a esperar pacientemente por si acaso su amada decidiese aparecer para continuar juntos con ese legendario amor.

Lo cierto es que la mística imagen corresponde a la sombra del pedestal que la iluminación urbana proyecta sobre una columna del templo. La fisonomía de ambos elementos alineados provoca esta caprichosa sombra ante la mirada atónita de los visitantes.



Después de siglos, sigue asombrando a los y las presentes con su vaivén mientras suena el Himno del Apóstol en el interior de la catedral

El término botafumeiro proviene del gallego y es una voz compuesta por la raíz del verbo botar (“lanzar” en castellano), la palabra fume (traducida como “humo”). Se podría traducir, literalmente, como “lanzador de humo”.

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Este botafumeiro de latón mide 1,50m y pesa 62kg, cifra a la que le hay que añadir el medio kilo de carbón e incienso que se coloca en su interior. Antes de las reformas del año 2006, pesaba 53kg, pero se le dio un baño de plata que aumentó su peso. La cuerda que ata este enorme artefacto al crucero de la Catedral y lo sostiene durante su vuelo, tiene una longitud de 65m y pesa casi 100 kg.

En la antigüedad era común que los peregrinos, tras semanas caminando, durmiesen en el interior de la Catedral. La mayoría llegaban sudorosos y desaseados; algunos incluso enfermos. El olor que esta congregación desprendía es fácil y desagradable de imaginar. De ahí la necesidad de un incensario que higienizase el ambiente.

Desde su creación no solo ha cambiado el propio botafumeiro, sino también el sistema de funcionamiento del mismo.

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Actualmente, el mecanismo está accionado por un complejo sistema de poleas y rodaduras. Ocho hombres, conocidos como tiraboleiros, ejercen su fuerza para que inicie su movimiento y continúan tirando cada uno de un cabo de la cuerda para ir añadiendo velocidad. Al finalizar los 17 recorridos completos.

El botafumeiro cuelga de la cúpula central de la Catedral, donde inicia su oscilación por el crucero sobre las naves laterales, desde la puerta que da a la Praza da Azabachería hasta la puerta de la Praza das Praterías. Durante su vuelo está suspendido a 20m de altura y llega a alcanzar una velocidad de 68km/h, adquiriendo una enorme energía que abruma a cualquier espectador.

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Debido a la intensa energía que acumula este pesado incensario al alcanzar su máxima velocidad, ha habido algún que otro incidente a lo largo de su historia.

En 1499, concretamente el día del Apóstol, la princesa Catalina de Aragón se encontraba de visita en la ciudad. Mientras admiraba al botafumeiro alzar su vuelo, algo no salió según lo planeado y una de las cuerdas del artefacto se rompió. Con una fuerza colosal este atravesó el rosetón de la Catedral, aterrizando en la Fonte dos Cabalos, justo cuando una castañera pasaba por allí. Cabe destacar, que esta historia transmitida de generación en generación esconde un halo de leyenda, pues las leyes físicas han demostrado que no es posible que esto sucediera tal y como se cuenta.

En la actualidad, por precaución, la zona del presbiterio se despeja cuando se acciona el botafumeiro, de manera que los visitantes y feligreses puedan disfrutar y emocionarse, sin correr riesgos, del incensario sobrevolando sus cabezas.

El apóstol Santiago fue patrón de España de manera oficial desde los Reyes Católicos, aunque ya en el medievo las crónicas hablaban de él como patrón y protector sobre todo desde la batalla de Clavijo (834), donde el apóstol «realizó» una intervención milagrosa para salvar las huestes del rey Ramiro I. Una historia curiosa pero no debemos olvidar que la historiografía no da ninguna validez a esta batalla y que parece más un intento de recuperar la moral de la población que de un hecho real. Sin embargo, durante mucho tiempo Santiago tuvo el importante papel de protector del reino, al igual que otros ilustres santos.

Los apoyos a favor de Santa Teresa alegaban su vida austera, la reforma religiosa y su gran capacidad literaria. Además, defendían que nada prohibía que hubiera un compatronato, es decir, un patronato compartido y que ello no hacía de menos al Apóstol. A la existencia histórica de varios protectores del reino, esta se encontraba legitimada por el Concilio de Trento que certificaba los patronatos múltiples y en el reino de Castilla por las Partidas de Alfonso X el Sabio, por lo tanto, tenía base jurídica e histórica.

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La primera vez que se aprobó el compatronato entre Santa Teresa y el apóstol fue el 4 de agosto de 1618 por orden de Felipe III y aprobado por las Cortes de Castilla. En los documentos se destacaba su ejemplo de vida y su labor religiosa y literaria. Uno de los principales baluartes que tuvo siempre fueron las Carmelitas, orden que ella misma había creado con su reforma. Sin embargo, esta concesión también provocó airadas protestas sobre todo de la Catedral de Santiago, que logró apoyos de otras diócesis importantes del reino.

Al final las Cortes de Castilla se retractaron, pero no solo por las quejas recibidas, que no fueron pocas, sino porque Santa Teresa, que había sido beatificada en 1614, no había sido canonizada. Por ello, el mismo rey suspendió la elevación de Santa Teresa como patrona, probablemente esperando su canonización. Esta llegaría en 1622 por el papa Gregorio XV, aunque Felipe III no pudo verlo, pues había fallecido un año antes.

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Tras el fallecimiento de su padre en 1621, Felipe IV llegó al trono y también fue su deseo volver a situar a la santa en lo alto del patronazgo. Como ya estaba canonizada se propuso al Consejo de Castilla el decreto que establecía a Santa Teresa como patrona compartida con Santiago. Fue aprobado por las cortes y el papa. El rey se puso tan contento de haberlo logrado que celebró fiestas en su honor.

El nuevo nombramiento también iba a provocar polémica y muchos pronunciamientos en su contra, de los que destacaron el Cabildo de Compostela y Quevedo, que como buen caballero de la Orden de Santiago consideraba una ofensa que compartiera el patronazgo. Se produjo una «guerra de panfletos» que se alargó durante tres años, con partidarios a favor y en contra. En su lado se encontraban, además del rey, su valido el conde-duque de Olivares e ilustres eclesiásticos como el obispo de Córdoba.

De nuevo se conformó el patronato único de Santiago en 1629, pese a los intentos del válido del rey. Había llegado a tal punto la crispación que una letanía de Santa Teresa llegó a ser prohibida por la Inquisición.

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Carlos II, hijo de Felipe IV y último de los Austrias, también trató de aupar a Santa Teresa como habían hecho sus predecesores. Aunque no lo logró en vida, lo dejó por escrito en su testamento. Entre sus últimas voluntades, el monarca indicaba que su deseo de toda su vida era qué Santiago y Santa Teresa compartieran el patronazgo de sus territorios. Sin embargo, nadie cumplió sus deseos, no tuvo hijos y por tanto el siguiente rey, el borbón Felipe V, pertenecía ya a otra dinastía y no realizó tan petición. De hecho, el nuevo rey era muy devoto de San Jenaro al que cerca estuvo de elevar por encima de Santa Teresa… y de Santiago.

El tercer y último intento sucedió a principios del siglo XIX en las Cortes de Cádiz. Se dice que los bandos liberal y conservador apoyaron cada uno a un patrón, imponiéndose los liberales con Santa Teresa en un movimiento que deseaba atacar las tradiciones. Para ello las Cortes alegaron la ausencia de la revocación de los patronatos aprobados en el siglo XVII y lo aprobaron, aunque no por unanimidad. Sin embargo, esta tercera intentona tampoco se alargó en demasía, ya que tras la restauración de Fernando VII se repuso al apóstol como patrón único. Ratificado por la Cámara de Castilla en 1816, así se ha mantenido hasta nuestros días

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