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¡Bienvenido a mi rinconcito personal! en mi blog voy a escribir y a mostrar mi estilo y opinión de todas las novedades, recomendaciones y contenido exclusivo.

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Fundada a mediados del siglo XIV, tan sólo cien años después fue prácticamente arrasada por un gran incendio, hecho que propició la progresiva renovación de las antiguas casas de madera por construcciones realizadas en piedra, dando lugar a un extenso y rico patrimonio de palacios y residencias de linaje que podemos disfrutar aún en la actualidad, haciéndose valer en 1964 su casco urbano como Conjunto Histórico-Artístico.

El Fuero de Bizkaia de 1526, que convertía en hidalgas a las familias de esta circunscripción, provocó que muchas de ellas colocaran sus blasones en las fachadas de sus casas, conservándose aún 69 de ellos hoy en día, razón por la cual Elorrio se ha venido llamando, con fama merecida, La Villa de los Escudos.

Un rico patrimonio generado por las riquezas que producía el comercio que desempeñaban algunas familias con América, pero también gracias a la importante industria de armamento ligero que se desarrolló, de manera más notable, en los siglos XVI y XVII.

Todo tipo de armaduras, espadas, armas de fuego, cañones, lanzas y, sobre todo, las afamadas picas que empuñaban los Tercios españoles en Flandes convirtieron a Elorrio en el principal proveedor armamentístico de los ejércitos de Carlos V y Felipe II y contribuyeron de manera decisiva a la creación de uno de los mayores imperios de la historia.

Desde finales del siglo XV y durante los siglos XVI y XVII, la villa de Elorrio jugó un papel decisivo en la fabricación tanto de armas blancas como de fuego. A finales del XVI Elorrio contaba con una importante industria dedicada a la fabricación de picas y lanzas: no en vano los lanceros de esta población eran de renombrado prestigio. En un informe de 1575 se indica que salían mensualmente de sus fraguas 3.000 picas y 1.500 lanzas. Este armamento tenía como destilo las tropas imperiales de Carlos V y Felipe II, entre estas, los Tercios de Flandes.

Las populares picas podían superar los seis metros de longitud, aunque en los Tercios Españoles la medida reglamentaria habitual era de 5,42 metros y 4,17 m. Para poder fabricarlas se necesitaban grandes cantidades de madera de fresno, razón por la cual en los montes de la zona de Elorrio existía una gran masa forestal de esta especie. Por derecho propio, Elorrio ha jugado un papel decisivo en el devenir del país, por lo que se convertido en uno de los lugares con historia de España.

Pero en las factorías de Elorrio no solo se fabricaba armamento, sino también corazas, cascos, escudos y otros elementos propios de la defensa, a veces con destino a otros países. En mayo de 1555, Joan García de Leaniz, natural y vecino de Elorrio, firmó una carta de compromiso con cinco maestros armeros para la fabricación de 1.500 coseletes (armaduras completas) con sus respectivas celadas (cascos) para ser entregados al rey de Portugal, Juan III el Piadoso.

Unos versos en euskera -totalmente desconocidos hasta entonces-, publicados en Sevilla en el año 1619. En estos versos se mencionan algunos lugares del País Vasco y su relación directa con la elaboración de armas y, cómo no, son citadas la villa de Elorrio y sus picas.

Dicen así: “Elorrion eguiten / millares lanceaq, / punta sorrotsarequin / guessiaq, ascoeaq”. Que traducido al castellano vendría a ser: En Elorrio se hacen / lanzas a millares / con la punta afilada / flechas, azconas. Y las lanzas mencionadas, no son otras que las famosas picas elorrianas, aquellas con las que se abastecían los ejércitos -tercios- de los Habsburgo para su uso en diferentes batallas por toda Europa y el mundo. La mejor estampa de las picas elaboradas en Elorrio la podemos apreciar, de manera singular, en la gloriosa pintura “La rendición de Breda”, obra de Velázquez y, curiosamente, más conocida como “las lanzas”. Y diferentes y claras pruebas de ello son el gran número de vecinos de Elorrio que se dedicaron en aquel tiempo a la profesión de “lanceros”; la cantidad de molinos y ferrerías que existieron esparcidas por las cercanas “barriadas” de la villa; los numerosos bosques de fresnos -mencionados en tantos y tantos testamentos elorrianos de la época-, con cuya madera se elaboraba la base de la pica, el perfecto agarradero, con una media de 4 metros de longitud; y la existencia de una lonja, de la que se desconoce su ubicación exacta, en la que anualmente se almacenaban -como nos recuerda la “canción”- miles y miles de picas.

Todos hemos visto películas de la época medieval en la que se colocan barricadas de troncos y ramas afilados, clavados en una elevación del terreno para frenar a la caballería.

La pica es la versión móvil de estas barricadas, no es un arma ofensiva, es para frenar a la caballería y que no pase a galope arrasando y pisoteando a tus tropas.

En la Edad Media lo usual en caballería era la caballería pesada, tanto caballeros como monturas llevaban protecciones en la batalla y estos eran señores dedicados a la guerra. Las tropas regulares no existían en esa época y hay que tenerlos bien puestos y un considerable entrenamiento anterior, para mantener tu sitio cuando escuchas el galope y los ves acercándose mientras notas cómo el suelo tiembla debajo tuyo, en el momento en que alguien rompe la formación, ya hemos caído.

Solo los Tercios Españoles (un ejército bien entrenado y ya en la Edad Moderna) fueron capaces de mantener esa piel de erizo bien enhiesta y repeler las cargas de caballería.


Pintoresca ermita barroca que cuenta en su interior con tres grandes rocas de más de 40 millones de años que, sujetas entre sí, forman una especie de pequeña capilla


La ermita de San Miguel de Arretxinaga constituye un ejemplo único entre los templos del País Vasco y es una rareza también en el ámbito de la Cristiandad Occidental. El edificio no se reviste de espectacularidad, ya que, se concibe como un mero receptáculo para lo que guarda en su interior.

Etimológicamente Arretxinaga significa «lugar o sitio donde yacen o están echadas las piedras». Esta interpretación describiría el fenómeno geológico que guarda la ermita y que tanto llama la atención. Dicha manifestación geológica, denominada en Mineralogía proceso hidrotermal y que tuvo lugar hace unos 40 millones de años.

El origen de esta ermita está ligado a la corriente espiritual que se desarrolló en la Alta Edad Media. En la Baja Edad Media, cuando se fundó la villa de Markina en 1355, se decía que la iglesia de Xemein había quedado abandonada porque sus feligreses frecuentaban otro recinto religioso, tal vez el recinto de Arretxinaga. En 1451, en un pleito sobre jurisdicción que tuvo la anteiglesia de Xemein con la villa de Markina, se menciona la existencia de la ermita. Asimismo, en 1541, se hacía constar que la fundación de la ermita era inmemorial y que había tenido ermitaños y entonces tenía freilas (religiosas de orden militar) que cuidaban de ella. En 1631 no había ermitaños ni freilas, pero seguía existiendo la casa destinada a su habitación.

El mayor interés de esta ermita -verdaderamente, un caso exótico- se debe al curioso fenómeno de los tres peñascos que se sostienen entre sí creando una especie de capilla. Es una rareza natural, fruto de la descomposición de rocas, en torno a la cual se desarrolló el culto a San Miguel. Los espacios centrados son frecuentes en el culto cristiano, especialmente para venerar reliquias; a esa categoría se han elevado las tres piedras de Arretxinaga que, sumadas a la sugerente advocación a San Miguel, dotan de un halo de misterio al conjunto. La tradición popular alimenta la leyenda de que si un mozo quiere desposarse antes de un año deberá deslizarse tres veces por debajo de los peñascos de la ermita.

El templo fue levantado para abrigar esta curiosa formación geológica a la que se había otorgado un carácter sagrado. El interior se ilumina por medio de vanos, adintelados por el exterior y escarzanos por el interior, ubicados en cada pared del hexágono y el techo lo forma una cúpula compuesta de 6 piezas que se unen en el centro.

Concretamente, el altar de la ermita cuenta con una suerte de baldaquino formado por tres grandes bloques de piedra cuarzosa, sin forma específica y sin signos de haber sido trabajado por el ser humano. Varios autores han intentado explicar la presencia de estos elementos en el lugar a través de su identificación con un dolmen prehistórico que, con la entrada del cristianismo, habría sido consagrado y asimilado en la nueva religión. Sin embargo, los geólogos coinciden en que la formación no es más que un capricho de la naturaleza, perfectamente explicable en el contexto geológico del lugar.

¿Por qué la primitiva ermita se edificó en torno a las piedras? Debe ser la única iglesia en el mundo en la que unas piedras, y encima tan enormes, son las protagonistas absolutas. La actual ermita de planta hexagonal evidencia que se edificó así con el propósito de albergar las piedras cómodamente y para que se pudiera deambular a su alrededor.

Las opiniones sobre el origen de la ermita se pierden, como ocurre con tantos otros lugares por falta de documentación, pero la mayor parte de los investigadores se inclinan a creer que el culto a la curiosa formación rocosa se remonta a miles de años y que ya en la Alta Edad Media pudo ser lugar de oración y retiro de ermitaños.

Los ritos y tradiciones que envuelven al lugar son variopintos. Pío Baroja cuenta la leyenda de que los solteros que pasan por el hueco que hay debajo de las tres grandes piedras se casan dentro del término del año. Por su parte, A. Humboldt (Naturalista y explorador alemán) en su viaje de 1801 recogió las tradiciones orales que asignaban un carácter milagroso a las citadas piedras, cuyo contacto directo permitía curar enfermedades. José Amador de los Ríos (historiador y arqueólogo) concluía que “nos sentimos por cierto muy inclinados a creer que las tres piedras de San Miguel de Arrechinaga formaron en realidad una construcción megalítica, ajena del pueblo celta”.

Wilhelm Baer, autor de una interesante obra sobre el hombre prehistórico, hace una referencia a San Miguel de Arrechinaga como ejemplo de transformación de un dolmen pagano en un templo cristiano.

Para muchos es un santuario, es decir, un lugar al que se retira un penitente con vocación de santidad que adapta el lugar como altar en el que realizar sus oraciones y que, con el tiempo, se convertirá en ermita. Por tanto, tiene valor monumental y artístico, pero la disposición de las piedras que constituyen el soporte es puramente natural.

La Sal de Añana es el 'Rolls Royce' de las sales del mundo y una joya gastronómica. Excepcional y de gran pureza, su producción artesanal le permite conservar todo su sabor original. Tiene una intensidad que perdura en boca y no hace falta tanta cantidad como con otras sales que no son tan naturales”

Las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el Valle Salado de Añana han demostrado que son las salinas en activo más antiguas del mundo, con más de 7.000 años de historia.​ Durante la Prehistoria, las salinas de Añana tenían un aspecto muy diferente al que podemos ver en la actualidad. Esto se debe a que el sistema productivo era distinto. No basado en la exposición de la salmuera que surge de los manantiales a los agentes atmosféricos (sol y viento) sino en la evaporación forzada mediante la combustión de materiales ígneos. El cambio de sistema de evaporación (de forzada a natural) en el Valle Salado se produjo en torno al siglo I a.C., cuando esta zona del norte peninsular se integró en el Imperio Romano. La necesidad creciente de sal que se produjo en una sociedad que estaba muy avanzada respecto a las tribus locales, supuso no sólo modificaciones importantes en el hábitat, sino en los sistemas de producción y distribución del producto. De este modo, se adoptó en el Valle Salado un sistema de evaporación natural que, si bien tenía unos costes de construcción más elevados, implicaba multiplicar de manera exponencial la producción de sal.

La existencia de sal en Añana se explica por el fenómeno geológico denominado diapiro. En líneas generales, consiste en la ascensión hacia la superficie terrestre de materiales más antiguos debido a su menor densidad, del mismo modo que una burbuja de aire inmersa en aceite tiene un movimiento ascendente, el cual se formó hace 200.000.000 de años. El agua de lluvia caída sobre el diapiro atraviesa las capas de sal, aflorando de nuevo a la superficie en forma de salmuera. Los cuatro manantiales existentes en Añana aportan un caudal medio de 3 litros por segundo, con una salinidad media superior a 250 gramos por litro. Mucho, en comparación con las aguas del Océano Atlántico con unos 36 gramos por litro, pero no llegando a los niveles de unos 350 gramos por litro del Mar Muerto.

El motivo de tanta salinidad tan lejos del mar estriba en la existencia, hace 200 millones de años, de un gran océano ocupando este mismo lugar. Un océano que al desecarse dejó sobre la superficie terrestre una capa de sal marina de varios kilómetros de profundidad, la cual, a su vez, acabó cubierta por diversos estratos de sedimentación posterior hasta conformar una bolsa de sal pura bajo la capa terrestre superficial. El paso a través de ella de los manantiales de agua dulce que buscan aflorar a la superficie justo en este punto hace que alcancen una concentración tal que tiñen de blanco todo cuanto queda a su alcance. O lo corroe hasta hacerlo desaparecer.

El Valle Salado de Añana, situado en el límite de Álava con Burgos, es uno de los ejemplos más representativos a nivel mundial de la historia de la sal, conocida desde la antigüedad como el oro blanco. Los romanos ya conocían los beneficios de este paisaje único y ya extraían el compuesto alimenticio de este antiguo mar al exponer el agua al calor del sol sobre eras o terrazas de madera que, en la actualidad, con cerca de dos millares, conforman un bello mosaico junto al pueblo. Sobre todo en verano, cuando la sal queda al descubierto tras evaporarse el agua, el valle parece nevado.

El rey Alfonso I el Batallador concedió a Salinas en el año 1126 carta de población y fueros. Los privilegios de la explotación de la sal se mantuvieron con el rey Alfonso XI. Históricamente, la sal ha gozado de una tremenda importancia para mantener los alimentos en conservación (hasta que se desarrolló el frío industrial) y se convirtió en la nómina de los antiguos trabajadores, de ahí la derivación de salario como pago de su empleo. En la actualidad, la sal sigue siendo indispensable en multitud de procesos industriales.

Si no has visto nunca una salina, resulta un espectáculo lunar. Al amanecer los miles de cristales salinos hacen guiños al sol convirtiéndose en pequeños brillantes. Hay que llevar gafas de sol porque la blancura de las salinas de Añana deslumbra especialmente entre mayo y octubre.

En los buenos tiempos medievales, cuando la preciada sal valía más que el pan, pasaron de las 5.000 eras, y para todas daban agua los tres manantiales salinos que tiene el valle. La Corona, la nobleza y la Iglesia compitieron por ostentar el monopolio de la sal hasta que en el siglo XIX dejó de ser el gran negocio.

Las eras son plataformas llanas, rectangulares, de pequeño tamaño, rodeadas por un pequeño borde a modo de piscinas de no más de diez centímetros. Sobre ellas se vierten pequeñas cantidades de agua salada y se dejan secar al sol, removiendo de vez en cuando, para que la sal no forme grandes bloques.

Para el máximo aprovechamiento del valle, las eras eran construidas con madera sobre vigas, para conseguir la mayor superficie llana posible, incluso más elevadas de lo inicialmente necesario, para utilizar sus bajos como pozos de muera o almacenes de sal.

Para que estas plataformas de madera fuesen impermeables, se las cubría con arcilla, aunque filtraban un poco. Sobre ésta se dejaba secar una capa de sal, para intentar separar la arcilla de la sal que se extraía y que de esta forma fuese lo más blanca posible, ya que la sal se utilizaba para consumo humano. En el siglo XVIII a la arcilla inicial se le añade greda, para impermeabilizar más. Al trabajar sobre la capa de sal dura que cubría la arcilla, esta se rompía y manchaba la sal. Para evitarlo en el siglo XIX se empezó a poner sobre la arcilla cantos rodados, que ayudaban a que la capa de sal dura no se rompiera, consiguiéndose así una sal de mayor calidad y más valorada.

La muera vertida sobre las eras se dejaba evaporando agua cerca de un día y se almacenaba todavía húmeda en los depósitos o terrazos situados junto a bajo las eras, introduciéndola por unas aberturas en superiores llamadas boqueras. En estos almacenes particulares los salineros depositan la sal producida desde mayo a septiembre. En octubre es transportada hasta los espacios de almacenaje situados en el exterior de la explotación para su posterior envasado y comercialización. La época de explotación dependía del buen tiempo, ya que es necesaria buena climatología se realizaba de mediados de primavera, verano y mediados de otoño.

Hoy el recorrido guiado por ese laberinto caótico es un viaje del ayer al mañana. De momento, se ha ordenado la entrada al complejo rehabilitando alguno de los senderos que enlazaban las diversas zonas del salero permitiendo que las visitas guiadas puedan degustar de cerca, además del agua salada, la peculiaridad de sus estructuras: los canales de madera, los entibados que sostienen las terrazas, los almacenes o los “trabuquetes” con los que se extrae el agua de los pozos casi sin esfuerzo. Aunque, sin duda, la ovación se la lleva la sorpresa de contemplar sobre la palma de la mano, las evoluciones de unos diminutos invertebrados de color rojo tan primitivos en su constitución como capaces de sobrevivir durante millones de años a las condiciones de un agua que es, casi, pura sal.

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