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Costa da Morte

  • Foto del escritor: disanti -
    disanti -
  • 8 oct 2022
  • 2 Min. de lectura

Todos los gallegos saben que la siempre eterna división entre Rías Altas y Rías Baixas salta por los aires a medio camino, donde el mar y la costa se unen en un mágico hechizo para hacerse llamar Costa da Morte.

Sus lugareños saben de mar porque llevan siglos e incluso milenios mirando hacia su horizonte. Ya los habitantes de sus castros, numerosos por estas tierras y muchos de ellos ocultos aún bajo pequeñas colinas, oteaban la línea para salvaguardarse de peligros e invasores.

No es extraño ver cada mañana en los pueblos costeros da Costa da Morte, a marineros que aún hoy no saben iniciar su jornada sin saludar a las aguas del Atlántico que tantos sueños se han llevado y tantas riquezas les han proporcionado.

Nadie mejor que los habitantes de Costa da Morte conocen los secretos de un mar embravecido a veces y sereno y dulce en otras. Un mar que galopa, en días de temporal por los muros de puertos como el de Corme, el de Laxe o el de Malpica, moviendo con una fuerza descomunal grandes bloques y sorprendiendo, cada vez más, a sus gentes. Un mar sereno, dulce, armonioso que recibe a visitantes en verano y que esconde receloso fantasmas, misterios y leyendas sólo trasmitidas de padres a hijos.

Testimonios como los de las mujeres, cuyos hombres salen cada día a labrarse su futuro, y que los esperan al caer la tarde con capachos en los que depositar los quiñones de pescado que le corresponden y garantizar la economía familiar. Mujeres hechas, igual que los marineros, de una madera especial, con una piel curtida por el salitre y con una forma de ser condicionada por el mar: mariscadoras, rederas, artesanas, … todas ellas no dudan en contribuir al núcleo familiar, no sólo cuidando de sus hijos, sino sustentando buena parte de los ingresos familiares. Mujeres con iniciativa, tesón, actitud y, sobre todo, mucha voluntad.

Queda para el final, los paisajes de la Costa da Morte; panorámicas nunca repetidas y siempre cautivadoras de escenarios como el Monte Blanco o los distintos faros que pueblan la Costa da Morte y que sirven de enlace entre tierra y mar. Paisaje también el de las Islas Sisargas, paraíso del descanso para las miles de gaviotas que cada noche se recogen en este archipiélago.

Rutas de senderismo, en las cuales el entorno y el simple placer del observar distraerán al caminante de los agrestes y salvajes caminos por las que discurren. Parajes escondidos al ojo del visitante, donde nunca llegará si no le lleva alguien.

Playas y calas en las que el mar deposita sus más preciados tesoros, como cristales de mil y una forma, de mil y un color y recuerdos de los tripulantes y marinos que navegan frente a Costa da Morte. No se extrañe si encuentra algún mensaje en una botella, la mayoría de ellos procedentes de las costas estadounidenses y conducidos hasta aquí por las corrientes del medio del Atlántico.

Costa da Morte, hechicera y mágica, que guarda y defiende fiera y bravía secretos compartidos entre el mar y la tierra, sólo salvaguardados por sus gentes. Visitarla es una obligación, conocerla un privilegio.

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