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Ponte Sampaio

Al fondo de la Ensenada de Rande, con sus aguas tranquilas, los jesuitas de Pontevedra instalaron unas salinas hace más de trescientos años. Un conjunto muy singular, del que se conservan los muros que cercaban las aguas para, por evaporación, conseguir la sal. Se ha acondicionado un hermoso paseo que aprovecha la belleza del entorno.

La sal es un elemento usado durante siglos para la conservación de alimentos frescos, como el pescado. Poseer unas salinas durante la Edad Media y Moderna era sinónimo de prosperidad para un pueblo. Durante el siglo XVII Pontevedra tuvo la necesidad de tener sus propias salinas y así, en 1693, el Colegio de Jesuitas pidió la cesión de unos terrenos en el actual concello de Vilaboa para su fabricación. Las salinas de Ulló crecieron rápidamente y hoy sus ruinas proporcionan una idea de la gran capacidad que tuvieron hasta su cierre en el siglo XIX.

La ría muere en esta zona de una manera pacífica, gracias en parte al dique construido para regular la entrada de agua. A mano derecha, un sendero parte la salina en dos áreas: un vaso que contiene el avance del mar; otro que hoy es junquera y lugar de recreo de aves y anfibios. Los dos vasos cumplían su función en la obtención de la sal. El primero, con más de 12 hectáreas, servía para estancar el agua y que se produjera la primera evaporación del agua, que se realizaba por la mera incidencia del sol. El más pequeño, que mide casi ocho hectáreas, está dividido en cuadrículas que se comunicaban entre ellas. Estos son los llamados cocederos, donde el agua acababa de evaporarse durante 15 días (alcanzando una temperatura de unos 23 grados) y la sal se cristalizaba.

Gracias a un litigio entre los jesuitas y los vecinos por el mantenimiento de las salinas a mediados del siglo XVIII, queda constancia de la merma que se había producido en la producción de sal desde su apertura. Estos hechos, sumados a la expulsión de los jesuitas (1767) de toda España por parte Carlos III y la aparición de las latas de conservas, que mantenían mejor los productos y por más tiempo, acabó para siempre con la actividad económica de las salinas de Ulló.

Toda ruta por esta parroquia perteneciente al municipio de Pontevedra debe partir del hermoso puente medieval que da toponimia al lugar y que le confiere personalidad y estampa reconocible.

Será a la vera de esta pétrea pasarela donde el destino de Galicia cambiaría para siempre, ya que aquí tuvo lugar en 1809 la heroica resistencia de las tropas españolas ante el poderoso ejército de Napoleón, gesta que supondría el fin de la presencia gala en tierras gallegas.

Este estratégico paso fluvial tuvo durante mucho tiempo cierta relevancia local al constituir el nexo natural de unión entre Pontevedra y Vigo; pese a que hoy ha perdido su estatus, su firme es transitado por miles de peregrinos que, en su ruta milenaria hacía la Catedral de Santiago, aprovechan para hacer sacarse aquí unas fotos o rezar en la sencilla iglesia de Santa María.

El río Verdugo vierte sus aguas sobre la Ría de Vigo en la pequeña localidad pontevedresa de Ponte Sampaio. Es aquí, en su desembocadura, donde nos encontraremos no sólo con un símbolo de la comarca y de la provincia, sino con todo un verdadero símbolo de Galicia. Se haya localizado una parte en el concello de Soutomaior, con Arcade en su margen derecho y en frente la citada localidad de Ponte Sampaio, perteneciente ya al Concello de Pontevedra.

Construido casi seguro sobre una antigua cimentación romana, el puente de Ponte Sampaio, con sus 144 metros de largo salva las aguas del río gracias a sus diez ojos apuntados y semicirculares y a los robustos tajamares que se apoyan sobre roca y que se enfrentan a las corrientes del río Verdugo. Las primeras referencias que se tienen de este puente datan de los siglos X-XI, cuando es llamado “Ponti Sancti Pelagli de Lutto” (Puente de San Paio de Lodo) y era propiedad de los Condes de Borgoña. Se dice que en las proximidades de este puente se localizaba la legendaria fortaleza de San Paio de Lodo, lugar donde se enfrentaron los ejércitos de Doña Urraca y el arzobispo Gelmírez. También se cuenta que unos años antes, en 997, Almanzor lo cruzó destrozando la fortaleza que lo defendía.

Aquel que quisiera cruzar el río por el puente tenía que pagar un peaje, pero gracias al arzobispo compostelano Diego Xelmirez esto se acabó en el siglo XII. El puente que hoy conservamos presenta profundas modificaciones y reconstrucciones llevadas a cabo en los siglos XVI y XVII.

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