El Náutico de San Vicente
En la última playa de la urbanización de San Vicente do Mar, en la punta de la península de O Grove surge, de repente, una casita de piedra rodeada de chalés de verano, agua y arena. Lo conocen como el Náutico, pero la presencia de hamacas y clientes con chanclas son la actividad más cercana a la vida marítima que se desarrolla en el recinto. Lo llaman chiringuito, pero sólo coincide con este tipo de negocio en que renace a la vida en verano y sirve de punto de encuentro para las tardes y noches de ocio estival. Quienes lo frecuentan prefieren referirse a él como una sala de conciertos y su dueño, como "un estilo de vida”. Para escribir la historia del Náutico de San Vicente do Mar se podría empezar recordando que fue una fábrica de salazón del siglo XVIII que, allá por los años 70, alguien restauró e intentó convertir en Club Náutico y, ante el desastre, quedó en sucesivos chiringuitos de playa y bares de copas. Hasta que llegó a las manos de Miguel de la Cierva y se convirtió en el oasis musical de la costa gallega. Pero la historia de este local también podría escribirse a través de las letras de los músicos que cada verano, y allá van 22, desembarcan en sus instalaciones para veranear y, de paso, dar un concierto.
El Náutico de San Vicente del Mar, convertido en un templo musical. "¿Por qué no pasa al lado de Madrid? ¿Por qué no pasa en un pueblo de Segovia? Pues porque no hay un Miguel", contaba Leonor Watling, cantante de 'Marlango'. Miguel de la Cierva soñó desde pequeño con convertir el club náutico de sus padres en un referente para los músicos españoles.
El madrileño Coque Malla, líder de Los Ronaldos, es uno de ellos. Hace diez años acudió por primera vez al Náutico para dar un concierto. Desde entonces, vuelve cada verano al que define como "una especie de oasis musical, hippy, playero" para él, es un descanso en medio del ajetreo estival y, sobre todo, "un lugar en el que compartir el tiempo y el escenario con grandes músicos y amigos". "Esto no es como una sala de conciertos en la que estás siempre pendiente de que todo salga bien. Aquí solo vienes a tocar", asegura.
El líder de los desaparecidos Los Piratas, Iván Ferreiro, y su hermano Amaro son dos de esos amigos. Los tres coinciden en una tarde de ensayos en este paraíso de O Grove y, horas más tarde, bien pasada la medianoche, comparten escenario para deleite de sus fans. Malla relata cómo "disfrutan tocando en un sitio en el que se cuidan todos los detalles. Los amplificadores, por ejemplo, son de la mejor calidad. Aquí no tienes que traer tu equipo, Miguel lo tiene todo, y de lo mejor que hay".
La coincidencia no es una excepción. "Aquí te vienes a pasar tres días, coincides con el músico que toca la noche antes y con el que toca la siguiente. Aprovechas para compartir escenario y, de paso, descansas y vas a la playa", explica Iván Ferreiro. Pero la paradoja le lleva a reconocer, de inmediato, "en realidad, no descansas tanto porque tocas, luego siempre tienes alguien con quien charlar o compartir un rato".
Ferreiro coincide con Coque Malla. "Puede que no sea el mejor concierto del verano, pero sí el que más disfrutas. Es diferente, es más desenfadado, lo compartes con el público, haces lo que te apetece, sólo tocas. Todos los músicos que vienen acaban volviendo siempre. Yo pienso volver", añade.
Las palabras de estos líderes del panorama musical pop-rock actual pueden extenderse a muchos otros iconos de los más variados estilos musicales. Quique González, Xoel López, Pereza, Kiko Veneno, Raimundo Amador o el desaparecido Antonio Vega son algunos de los que de forma incondicional acuden al Náutico para tocar cada verano y, de paso, disfrutar de un merecido descanso de los bolos y actuaciones con los que sus managers les llenan la agenda.
"Todos los sitios tienen una cara de día y otra de noche. Éste por el día puede parecer un chiringuito, por la tarde cambia por un lugar con música y por la noche hay quien dice que es una sala de conciertos, pero no es así porque la gente viene a disfrutarlo independientemente de que haya actuación". Así lo define su dueño, que siente el proyecto tan suyo que incluso vive allí. ¿El secreto para que los mejores músicos quieran 'veranear' en su negocio? "La magia que tiene el sitio en sí, que el personal no es como de hostelería al uso, son un equipo. Además de lo que podamos organizar".
Hace 22 años que Miguel ex guitarrista de Los Limones abrió el Náutico. Al principio, "sólo era un local en el que le daba mucha importancia a la música, pero desde 2002 o 2003 empezó a ser lo que es ahora. Tengo que agradecérselo a grandes músicos que vinieron cuando esto aún no lo conocía nadie".
La transformación ha sido importante. Hace 10 o 15 años, una hamaca, un local pequeño decorado como cualquier otro chiringuito y un dueño con ganas de hacer algo diferente marcaban la seña de identidad de su negocio. Ahora dos hamacas se mantienen en el jardín, la casita de piedra con una chimenea para resguardarse las noches de fresco gallego y lluvia no ha cambiado, pero un ambiente más 'cool', con sofás blancos y un almacén anexo construido exprofeso para celebrar conciertos complementan el proyecto.
Por la tarde ya está lleno de vida. Los jóvenes que hace una década compartían cañas con sus amigos y asistían a conciertos de grupos emergentes acuden con sus hijos a tomar un refresco vespertino mientras observan a la juventud jugar en la playa en el pequeño arenal con el que termina la península de O Grove.
Llega la noche y se llena de veraneantes que son tan asiduos que ya llaman por su nombre a los camareros, recoge-vasos o a su dueño. Disfrutan de una vista única, de una playita protegida por las rocas y un atardecer en buena compañía. Acuden allí a propósito, como todos los clientes, pues el Náutico se ubica en un pequeño fin del mundo, en medio de una urbanización que poco puede hacer intuir que alberga esta meca musical.
Las noches de concierto, el local cierra a una hora inusual, entre las 22.30 y la medianoche. A diferencia de cualquier chiringuito típico, no da comidas, pero tiene dos cocineros que preparan la cena para el personal y los artistas. En ese descanso, cenan y preparan el local para su nuevo escenario: el de una sala de conciertos.
Todas las actuaciones empiezan a la una de la madrugada, pero incluso se considera un insulto que no se retrasen varios minutos, y todas tienen un sello común: el músico improvisa y escucha al público. Si hay poca gente, se celebra en el interior. Si no, en el cobertizo anexo. Con el mar siempre de fondo, batiendo contra las rocas. Y Miguel de la Cierva en cada esquina, cuidando hasta el mínimo detalle para que su proyecto personal siga siendo un rincón para las siestas de tarde, las risas al atardecer y conciertos sin ruido ni aglomeraciones (un máximo de 400 personas) por la noche.