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A Guarda

Quiero llevarte esta vez al límite del paraíso. Lo encontraremos en el sur más al sur. Es un lugar fulgurante porque la luz se esconde en el mar después de bañarse en el río.
Si quieres venir, mejor que vayamos por la costa que yo bauticé como “de la luz”, por los irrepetibles momentos que nos brinda el sol bailando con las olas de ese Atlántico. Y, desde en su Monte Sagrado, adorar a ese sol que abandona la tarde en el infinito horizonte.
Estamos en A Guarda, villa marinera en el sur más al sur. Ya sabes, donde la otra orilla se llama Portugal.
Bien se ve desde esta cumbre como convergen dos países para formar una misma región europea. Y bien se admira la pasión que viven río y mar en el instante en que nos deslumbra una pirámide de luz atlántica.
A Guarda, es puerto, playa y costa luminosa. Langosta exquisita regada por el vino de la fraternidad. Villa monumental y divertida, nacida del castro más antiguo.
Por eso es el refugio que busca el sol para descansar cada vez que se encuentra con la luna…
Desde el Tecla se obtiene el plano que nos incita a volar como las aves por el estuario magnífico en busca de los espejos de plata y de las islas pequeñas que configuran el mejor paisaje del Miño, padre de los mil ríos. Partiendo de Camposancos, navegando sobre el Miño cara a la Canosa y a la Morraceira, dejamos la portuguesa Caminha a nuestra derecha y el Tecla a nuestra espalda.
Te encontrarás, enseguida, las aguas del río Tamuxe y su puente antiguo y podrás seguir luego por aguas próximas a Tabagón, y San Xoán, el Bautista, para ayudar a los pescadores de angulas y lampreas en las lunas del invierno más crudo, y desde allí llegar a una de las islas más hermosas de este entorno fluvial.
Sus playas son de agua dulce y de agua salada, según la marea.
El Monte Tecla es mucho más que un mirador del Miño y del Atlántico. Porque esconde en su castro los secretos de la historia. Por eso resulta ser el lugar más visitado de Galicia, tras la Catedral de Santiago.
Sí, A Guarda es villa veraniega y turística. Se lo debe al Tecla, que emerge entre el océano y el río como atalaya perfecta del mar y de la tierra.
A este observatorio del paisaje más admirado se suben cada año más de un millón de turistas que se asombran con el plano del estuario, la acuarela del puerto de A Guarda, los espejos atlánticos, el valle fértil de O Rosal y la frondosidad boscosa de A Valga, que todo se alcanza desde este lugar.
A Ínsua en sus inicios era un macizo rocoso que formaba parte de un todo con el Monte de Santa Trega, en A Guarda. Las mareas y las corrientes del Miño se ocuparon de dividir en dos la extensión, separando A Ínsua del territorio español, que pasó a formar parte de la costa portuguesa, en este caso a Caminha.
A Ínsua suma una historia en la que convergen los ataques de piratas, la defensa militar y la vida monacal en el diminuto convento donde se cuenta que sucedían milagros.
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