María Soliña
Galicia es tierra de meigas, bruxas e curuxas, como dice el conjuro de la queimada ¿sabías que la península del Morrazo es también conocida como la Península de las Brujas? y no es así sólo por los cuentos y leyendas, algunos de origen celta, alrededor de estos míticos seres sino también por momentos históricos protagonizados por las supuestas brujas, de hecho, uno de los episodios alrededor de las brujas y la brujería más famosos de Galicia no lo cuenta una leyenda sino la historia, es la historia de las brujas de Cangas, nuestras particulares brujas de Salem.
Para eso nos toca empezar por la Villa de Cangas, ahí nació la más famosa de las brujas, María Soliña, una mujer que cuando confesó ser bruja tenía ya 70 años ¿y a santo de qué una acusación tan tardía y, sobre todo, su confesión?
A principios del S.XVII los piratas turcos asolaron las costas gallegas y en la Villa de Cangas arrasaron, literalmente, los lugares a los que llegaron, el marido y el hermano de María Soliña murieron en aquella invasión y María se convirtió en una más de las mujeres que acudía a las playas rezando para que el mar le devolviera el cuerpo de sus muertos para darles cristiana sepultura.
Hasta ahí lo que sabemos de lo que sucedió; sabemos, de hecho, dos detalles más, ambos importantes: el primero es que María Soliña no era pobre, sino que había heredado las posesiones de su marido y su hermano y los derechos de representación al menos estos tres lugares: la Iglesia de San Martiño en Moaña, la Colexiata de Cangas y la iglesia de San Cibrán en Aldán. El segundo de detalle es el hecho de que la nobleza local, que se empobrecía por momentos porque no había un alma a quien cobrarle un tributo de lo empobrecida que estaba la sociedad, se alió con la Santa Inquisición para requisar lo requisable y solventar así su crítico momento económico.
La historia de nuestra protagonista comienza en 1617. El 4 de diciembre de ese año, la Ría de Vigo era testigo de la llegada de diez buques corsarios turcos, que fondeaban en la Cíes. Tras intentar desembarcar en Vigo de manera infructuosa, atacaron Moaña y finalmente se dirigieron a Cangas, por entonces una próspera villa de pescadores, el 9 de diciembre.
Los vecinos no pudieron evitar el desembarco y cientos de turcos asolarían Cangas, dejando a su paso docenas de cadáveres y reduciendo a cenizas la localidad. Durante tres días los turcos saquearon Cangas y sus alrededores, llevándose consigo un abundante botín y gran cantidad de personas como esclavos.
El pueblo tardaría mucho en recuperarse, durante años quedó totalmente diezmado y su economía completamente destrozada provocando, como consecuencia, una gran hambruna que dejó una profunda cicatriz en la zona. Los ricos lo perdieron casi todo y los pobres no tenían ni para comer o vestir.
En esta situación, los nobles no estaban dispuestos a perder su poderío así que, con el apoyo de la Santa Inquisición, comenzaron una caza de brujas contra mujeres con una buena posición económica que se habían quedado viudas tras el ataque turco, para hacerse con sus bienes. Entre las mujeres que los ricos decidieron que eran brujas se encontraba Maria Soliño o Soliña.
María había nacido en 1551 en Cangas y estaba casada con Pedro Barba, un próspero pescador con su propia embarcación y una empresa de venta de pescado. La familia vivía en una casa de piedra de dos plantas en el centro del pueblo y eran propietarios de varias fincas y de derechos de presentación en la Colegiata de Cangas y en San Cibrao de Aldán. Estos derechos permitían a sus titulares percibir parte de los beneficios que generara la parroquia (alquileres de tierras, diezmo, limosna…).
Los nobles vieron una fuente de riqueza en las posesiones de María, que había perdido a su marido y parte de su familia en el ataque turco, así que orquestaron una acusación por brujería.
En la acusación ante el Santo Oficio de Santiago de Compostela se usaba como prueba el hecho de que María paseara sola todas las noches por la playa, lo que indicaba sin temor a duda, que había firmado una alianza con el maligno... A saber, qué mente podría haber llegado a tamaña relación. Lo que no sabían (o les daba igual) era que María acudía a la playa a rezar por sus muertos, que habían fallecido en aquel arenal, para pedir que el mar devolviese sus cadáveres y darles cristiana sepultura.
La Santa Inquisición la encarcela, junto a otras ocho mujeres, en los calabozos del Santo Oficio en Santiago de Compostela, donde son obligadas a confesar bajo tortura. Sus bienes y derechos son requisados, parte irán a parar a la Inquisición y parte a sus delatores, los nobles locales.
El 14 de septiembre de 1621, el Inquisidor Diego Vélez de Guevara, en la Plaza del Mercado de Cangas, dicta sentencia contra ellas por actos de brujería, y son condenadas a morir quemadas en la hoguera. pero el Santo Oficio conmutaría su pena, al menos la de María, por la de llevar el hábito de penitente (sambenito), prenda que la marcaba como proscrita, durante 6 meses.
Se desconoce la fecha y causa de la muerte de María, aunque todo indica que no sobrevivió al calvario de la tortura a la que fue sometida a la edad de 70 años, y que falleció poco después de su puesta en libertad. Para algunos murió en la hoguera y para otros aún sigue viva y se aparece en las frías noches de invierno en las playas de Cangas.
Poema María Soliña. (Celso Emilio Ferreiro)
Polos camiños de Cangas
a voz do vento xemia:
ai, qué soliña quedache,
María Soliña.
Nos areales de Cangas
muros de noite se erguian:
ai, qué soliña quedache,
María Soliña.
As ondas do mar de Cangas
acedos ecos traguían:
ai, qué soliña quedache,
María Soliña.
As gueivotas sobre Cangas
soños de medo tecían:
ai, qué soliña quedache
María Soliña
Baixo os tellados de Cangas,
anda un terror de auga fría:
ai, qué soliña quedache
María Soliña.
Por los caminos de Cangas
la voz del viento gemía:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
En los arenales de Cangas,
muros de noche se erguían:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Las olas del mar de Cangas
ácidos ecos traían:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Las gaviotas sobre Cangas
sueños de miedo tejían
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Bajo los tejados de Cangas
anda un terror de agua fría:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
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