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 AÑOS DE CAMINO

El Camino de Compostela no es el único que va de este a oeste, recorriendo casi con total perfección un paralelo terrestre (el paralelo 42), sino que hay otros dos caminos más al norte: uno que recorre Francia en esa dirección, y otro que recorre Inglaterra también en la misma dirección.

Es interesante constatar que las ciudades del camino francés y las del inglés presentan gran cantidad de coincidencias en los nombres, en los símbolos, en las construcciones. Todos estos caminos pasan por sitios cubiertos de construcciones dolménicas, por ciudades donde se hace referencia al perro o al lobo; todos estos caminos terminan en el oeste, sobre el mar, en rías, en sitios escarpados de difícil acceso, pero a la par de fácil y cómodo resguardo a la hora en que una embarcación tuviese que penetrar allí. Y si estos caminos coinciden con paralelos que marcan rutas especiales de energía en la tierra, la pregunta es casi inevitable: ¿Quiénes trazaron estos caminos que son bastante más viejos que el Camino cristiano de Santiago?. Cuando las peregrinaciones de Santiago comienzan, este Camino ya está hecho.

El Finisterre gallego. Un lugar que es y ha sido foco de irresistible atracción para el hombre a lo largo de milenios.

Para algunos es el punto en que recalaron los supervivientes de la Atlántida, el pico en donde varó algún extraviado navío diluvial (la leyenda gallega hace a la ciudad de Noya fundación de Noé y a su ría lugar de desembarco del arca bíblica), o el enclave principal para los ritos de los ligures en su culto al dios Lug.

Entre los siglos VIII y VI a.C. importantes contingentes de celtas gaeles llegan siguiendo la Vía Láctea y se asientan en este territorio. Después son los romanos (137 a.C.), los suevos (409), los visigodos (585), los árabes (734). A partir del siglo IX está incesante peregrinación queda marcada por el nombre del apóstol del que ya nunca se separará.

Durante los años de esplendor (siglos XI-XVI) el Camino se convierte en una enorme y variada universidad peripatética. Por el discurre lo que, con acierto, se ha llamado “Calle Mayor de Europa”.  A principios del siglo XII el embajador del emir almorávide Alí ben Yusuf exclama: “es tan grande la multitud de los que van y vienen que apenas dejan libre la calzada hacia occidente”.

Una calzada que hoy ofrece, a los peregrinos que de nuevo la frecuentan, testimonios de todas las civilizaciones occidentales conocidas. Y, acaso, de otras ignoradas. Desde las culturas megalíticas hasta la más reciente actualidad.

La Costa da Morte era, para los antiguos, el último reducto de la tierra conocida, el tramo final de un itinerario marcado en el cielo por la Vía Láctea, este espacio mítico-simbólico es reflejo de múltiples leyendas, de lugares sumergidos bajo el mar, como Duio, del cual existen abundantes testimonios; y sobre todo el relato de la ubicación de la Atlántida, isla que se encuentra en el Océano Atlántico, a la cual los antiguos griegos situaban más allá de las Columnas de Hércules, y que algunos ubican entre el Cabo Finisterre y el Cabo Vilán.

La Atlántida es una isla tragada por el mar, por la desavenencia de los dioses con el orgulloso Poseidón. Cuando los dioses se repartieron el mundo le tocó en suerte a Poseidón, dios del mar según la mitología griega. En esta isla vivía Clito, una muchacha huérfana de la que se enamoró el dios; movido por los celos transformó la colina donde se hallaba la joven en una fortaleza, despedazando el terreno circundante y alternando zonas de mar y tierra en tres círculos concéntricos para que no se escarpara y así mantenerla cautiva. Estos anillos de agua forman fuertes corrientes a los que los marineros de Costa da Morte con su destreza y la ayuda del dios, las salvan sin dificultad.

La porción de tierra de la Atlántida arranca en esta costa, entre el Cabo Finisterre y el Cabo Vilán de Camariñas, y desde aquí Poseidón vigila sus dominios en un carro dorado tirado por caballos y rodeado de ballenas y delfines, de tal manera que nadie se atreve a navegar por estos lugares sin haber buscado su protección, pues con su tridente puede provocar terribles tormentas y tempestades.

En el Códice Calixtino se hace referencia a la Virxe da Barca de Muxía la cual acudió a este lugar en una Barca de Piedra, que surcando estos mares tirada por el carro de Poseidón llegó hasta la presencia de Santiago, para darle ánimos en su labor evangelizadora, el Apóstol estaba desanimado ante estos habitantes de espíritu atlántico, que se revelaban con una energía poderosísima imanada por Poseidón, patrono de este pueblo, al que veneraban y adoraban, y que algunos dicen que eran poseedores de la denominada “quinta fuerza” proveniente de esa civilización sumergida, que sembraba está costa de numerosos vestigios megalíticos, enigmáticas esferas, catalizadoras de esa energía desconocida y cosmotelúrica. En Muxía quedó embarrancada definitivamente la célebre Barca de Piedra, y justo allí, se erigió un Santuario dedicado a la Virxe da Barca, que se llega bordeando el Monte Corpiño, por el Camino da Pel, así denominado porque en sus inmediaciones había una fuente en la que los peregrinos se aseaban como símbolo de purificación antes de entrar en el “sanador” recinto del Santuario.

3000 años de camino
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