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La Vía Láctea

La sobrecogedora imagen de la Vía Láctea en una noche oscura ha inspirado numerosísimas leyendas y mitos en prácticamente todas las culturas, a lo largo de toda la historia.

La Vía Láctea es una galaxia espiral formada por unos 100.000 millones de estrellas, entre ellas el Sol, distribuidas a lo largo de un disco en forma de lente de 100.000 años luz de diámetro y de un espesor máximo de 16.000 años luz (plano galáctico) con un núcleo central de 20.000 años luz de diámetro rodeada por el halo galáctico que tiene un diámetro aproximado de 165.000 años luz. Tiene tres brazos espirales, llamados brazos de Orión, Perseo y Sagitario.

El Sistema Solar está en uno de los brazos de la espiral, a unos 30.000 años luz del centro y unos 20.000 del extremo.

Nuestros antepasados carecían de métodos científicos para conocer el sistema planetario, sin embargo, desde tiempos muy remotos los hombres contemplaron las estrellas buscando en ellas sus orígenes y su destino. La astrología y la astronomía fueron objeto de estudio para civilizaciones tan antiguas como Egipto o Babilonia.

Algunas tribus como los bosquimanos Kung del desierto del Kalahari, en Botswana tenían explicaciones muy curiosas sobre la Vía Láctea. La llamaban «el espinazo de la noche» ya que pensaban que el cielo era un gigantesco animal dentro del cual vivíamos. La Vía Láctea sostenía la noche y de no ser por ella la oscuridad caería sobre nosotros.

En la Antigua China era un río por el que vagaban las almas de los muertos, mientras que para los egipcios se trataba de la continuación celeste del Nilo que regaba también las tierras de los dioses.

Tiempo después Galileo fue capaz de distinguir hasta 1610 estrellas con su telescopio.

Sin embargo, el nombre de «Vía Láctea» o «camino de leche» procede de un mito griego según el cual Zeus, el más poderoso de los dioses, tuvo un hijo con la mortal Alcmena. Este niño que se llamaba Heracles o Hércules según la tradición romana fue colocado junto a los pechos de su esposa Hera mientras dormía para que al amamantarse de su leche consiguiese la inmortalidad. El pequeño Hércules se amamantó con tantas ansias que consiguió una fuerza extraordinaria. Pero Hera al despertarse y darse cuenta de la artimaña, apartó al niño de sus pechos con enojo, derramando parte de la leche por el cielo. Por este motivo a este conjunto de estrellas se le denominó «Vía Láctea». Este mismo reguero de estrellas según indica la tradición, ayudó a encontrar la tumba del Apóstol Santiago en el siglo XII. Cuenta el Códice Calixtino que el Apóstol se apareció a Carlomagno señalándole la Vía Láctea como guía para llegar hasta Compostela: «(…) Y en seguida vio en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y hasta Galicia, en donde se ocultaba, el cuerpo de Santiago».

La sobrecogedora imagen de la Vía Láctea en una noche oscura ha inspirado numerosísimas leyendas y mitos en prácticamente todas las culturas, a lo largo de toda la historia.

Creamos o no en la veracidad de estas apariciones, lo cierto es que la observación de las estrellas era muy importante en la Antigüedad y en la Edad Media antes de emprender un viaje. La posición de los astros ayudaba a orientarse y era signo de ciertos presagios (la palabra «desastre» significa «sin ayuda de los astros»). La ruta jacobea tiene un origen religioso y místico. Sigue el recorrido del Sol por la Vía Láctea y está marcado por las estrellas. Según el Libro III del Liber Sancti Jacobi, el peregrinaje termina al llegar al océano. Cuando los peregrinos alcanzaban la costa, recogían conchas marinas como recuerdo de su viaje.

Los hombres antiguos observaron las estrellas y relacionaron todo aquello que consideraban señales del cielo con sus creencias y su fe. Hoy en día la mayoría de estos hallazgos se tachan de supersticiones; sin embargo, el análisis del firmamento no deja de arrojar datos curiosos sobre el tema. Según los astrónomos, sobre las diez de la noche de las primeras semanas de diciembre, la constelación Cisne (también llamada «Cruz del Norte» porque está en el hemisferio norte y se parece a una cruz cristiana), se encuentra en plena franja de la Vía Láctea: una línea que parte del centro de la Tierra y pasa por Galicia entre el 20 de enero y 20 de febrero. ¿Serían estas las estrellas que siguió Carlomagno?.

Por primera vez en mil años de historia el Camino de Santiago ha enmudecido. Con la pandemia, 2020 ha sido toda una contrariedad: las rutas de la peregrinación se han quedado vacías. Es el del vacío que ni las guerras ni las pestes consiguieron.

El origen pagano de la peregrinación de un camino apto para creyentes y para quienes no lo son. Porque antes de esos mil años de rutas cristianas, hubo un camino anterior, el de la ruta al Finis Terrae (fin del mundo), al ser Galicia la tierra más occidental.

También lo era para los celtas, que cuando se referían al fin del mundo citaban a Galicia. Para ellos era la tierra de los espíritus, la que estaba al otro lado del mar.

La esencia del Camino era la reflexión sobre la vida, la muerte y la resurrección. Por eso, cuando se llegaba al final, todo estaba vinculado con los muertos. Es más, A Costa da Morte invadía a los peregrinos paganos de una sensación de haber llegado al límite de los vivos. Al otro lado sólo estaban los espíritus.

Por eso, explica, había que crear una historia para cristianizar la ruta. En este caso, poner en una vitrina los huesos de un discípulo directo de Jesús para atraer a la gente, porque lo que movía durante muchos siglos la sociedad eran las reliquias.

Vía Láctea
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