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Copia de santiago-casado-del-Alisal--644

Invención 
del mito 

Antes del ferrocarril, las carreteras y los transportes modernos, los ejes de comunicaciones podían contarse con los dedos de la mano. En España, no existe excepción: los caminos que pervivieron hasta ser sustituidos por las actuales carreteras nacionales eran, en buena parte de sus tramos, las antiguas calzadas que los ingenieros romanos construyeron para abrirse camino a lo largo y ancho de nuestra intrincada geografía.
En el caso del Camino Francés que alcanza España a través de Roncesvalles, el itinerario calca en gran medida la vía XXIV Ab Asturicam- Burdigalam (Astorga- Burdeos), precisamente señalada en el gran GPS de la antigüedad: el Itinerario de Antonino.
Durante ocho siglos, las calzadas presentes en el Itinerario vertebraron la España romana y visigoda, y gracias a ellos, los árabes recién desembarcados en la península lograron alcanzar las ciudades más importantes del reino godo con una velocidad pasmosa.
A partir del año 711, el 'Camino', que por aquel entonces no conducía a una inexistente Santiago de Compostela, sino hacia Lugo y la remota diócesis de Iria Flavia (Padrón), fue súbitamente cerrado. La meseta era un erial sacudido por la peste, una sequía de más de cuarenta años, y el peligro constante de los salteadores no hacía atractivo caminar por aquellas tierras. Astorga, Palencia, Briviesca, Zamora, Segovia… Todas ellas perdieron sus diócesis y sus habitantes, refugiados la mayoría en la floreciente Al- Ándalus que riegan el Guadiana y el Guadalquivir. Sólo unos pocos, los más desesperados, partieron hacia el norte, buscando escapar de los impuestos musulmanes. Un reducidísimo núcleo de resistencia cristiana se encaramó a las cumbres de los Picos de Europa, y decidieron, como los pueblos cántabros y astures, resistir hasta el final. Todo esto acontecía recién inaugurado el siglo VIII, momento en el que muchos ven el comienzo de la Edad Media. Nada se sabía en la España visigoda, reino cristiano y orgulloso de sus antiquísimas diócesis y tradiciones conciliares, acerca de la llegada de Santiago el Mayor a la península, y ni mucho menos, se imaginaba que su cuerpo pudiese haber sido enterrado en una pequeña mansio de la vía romana que une Lugo con la ría de Arosa.
¿Cómo llegó entonces el cuerpo de Santiago a su ubicación actual, dando comienzo a la ruta de peregrinaje? He aquí una de las maravillas del 'Camino': el viaje se sustenta sobre pilares de fe, en lugar de edificarse sobre una tumba antigua, Que el célebre historiador romano Eusebio de Cesarea señala que Santiago fue decapitado ocho años después que Jesucristo por orden del rey Herodes Agripa. ¿Tuvo tiempo Santiago Zebedeo de acometer en aquel breve tiempo su evangelización de la Hispania romana? La pregunta nunca se formuló.
¿Quién lanzó entonces la fake new, el bulo interesado, afirmando que Santiago el Mayor había evangelizado “Hispania y los confines del mundo”? La respuesta hay que buscarla en Roma, en las estancias del Palacio de Letrán.
El siglo VI llegaba a su fin, y la diócesis romana, única sede en Occidente que puede enorgullecerse de poseer las tumbas de Pedro y Pablo, la piedra y el libro de la Iglesia, se encuentra en plena crisis de identidad. Un Papa, Gregorio Magno (590- 604), decide que el futuro de la sede de Pedro se encuentra en Occidente, y escucha las súplicas pidiendo ayuda de los monjes escoceses e irlandeses que luchan contra el paganismo en la Galia y Britania: al norte de los Alpes permanecen muchísimas costumbres paganas como la adoración a los árboles, las tormentas, los ríos, y, sobre todo, el uso de imágenes, tan rechazado por judíos y cristianos orientales.

La misión estaba clara, pero era necesario un discurso en el que esta vez, Roma pudiese atribuirse la evangelización de Europa. Y como sabe todo aquel que necesite ser poderoso, la Historia es un factor clave a la hora de aunar voluntades: los Papas construyeron la suya propia apoyándose en Santiago el Mayor.
Durante el pontificado de Gregorio Magno fue creado en Italia un códice destinado a instruir a los monjes de las misiones en Galia y Britania. Su nombre es Breviarium Apostolorum, y era muy similar a un popular apostolario griego conocido con el nombre de Catálogos Bizantinos.
Con tal propósito, los papas posteriores a Gregorio Magno dieron especial cobijo y protección a una nueva orden monástica fundada por San Benito de Nursia en las alturas de Monte Casino. Los monjes negros cruzaron los Alpes con el Breviarium Apostolorum bajo el brazo, y durante siglo y medio, discípulos anglos, galos, aquitanos y germanos estudiaron que Santiago el Mayor había predicado en Hispania y fue sepultado en Achaia Marmarica.
Este último topónimo traía de cabeza a los copistas occidentales del siglo VII, pues no imaginaban que aquello pudiese ser ciudad alguna, hasta convertir, con el paso de las décadas, el Achaia Marmarica original en un arcis (declinación de 'arca') marmoricis (de 'mármol'). El mensaje, por lo tanto, ganó un nuevo significado: el cuerpo de Santiago se encontraba en una ignota arca de mármol.

Mientras estas 'verdades' se estudiaban en los monasterios benedictinos repartidos por la geografía gala y anglosajona, la Hispania visigoda fruncía el ceño, incrédula. Los obispos hispanos, como Julián de Toledo, negaron que Roma tuviese potestad alguna para hacer de Hispania parte de un común pasado apostólico que no fuese el empíricamente demostrado por las tumbas de los Doce Varones Apostólicos: Santiago era una mentira, un sacrilegio contra las palabras de Eusebio de Cesarea. Los benedictinos y el Breviarium Apostolorum jamás cruzaron los Pirineos: Toledo alegaba ser una iglesia tan antigua como sus colegas orientales, sede de un rey cristiano, sin necesidad de ser “reeducada” en base a un concepto interesado, sin la ayuda de apóstol alguno.
La llegada del islam en el año 711 cortó de raíz cualquier debate, y los problemas tanto de Toledo como de Roma pronto fueron otros. Nadie se acordó de Santiago el Mayor durante las décadas de penumbra que siguieron a la llegada de los árabes a la península ibérica, y durante los siguientes dos siglos, los numerosísimos mozárabes que vivían en Al- Ándalus mantuvieron intacta su tradición y liturgia. La excepción a la tozudez de Toledo la protagonizó Oviedo; sus reyes y nuevos obispos, buscaban cortar de raíz cualquier hilo con Toledo y la iglesia mozárabe a la que pertenecieron sus abuelos. Hubo embajadas entre Carlomagno y Alfonso II de Asturias y, según las crónicas francas, obispos gallegos estuvieron presentes en el juicio sumarísimo contra la herejía hispana.
Rondaba el año 826: un numeroso grupo de monjes procedentes del monasterio de Santa María, en Mérida, recorría la vía romana entre Lugo e Iria Flavia cuando se percató del bello cementerio que se alzaba junto a la mansio Asseconia de la calzada. Intuyendo quizás la mística del lugar, rodeados por grandes tumbas y sarcófagos de mármol de épocas romana, sueva y visigoda, los monjes emeritenses construyeron un cenobio que advocaron a Santa María (capilla de A Corticela, actual monasterio de San Martín Pinario), en honor del que abandonasen en Mérida. Allí guardaron las reliquias que tanta pasión despertaban en la ciudad del Guadiana: huesos de María y Santiago el Mayor.

Aprovechando los sarcófagos abandonados, los monjes de la regla de San Isidoro ocultaron las reliquias y las custodiaron mientras los asturianos contenían a los árabes al sur de los montes. Hasta que, pasados largos años, un monje extranjero próximo a los ambientes benedictinos de Aquitania y el Pirineo francés, conocedor de las palabras del Breviarium Apostolorum, encontró, en el extremo de occidente, un sarcófago o arca de mármol, arcis marmoricis, donde se guardaban los huesos de Santiago: las palabras escritas hacía más de dos siglos cobraban ahora un significado tangible.
La noticia corrió como la pólvora al otro lado del Golfo de Vizcaya. Los monjes francos, aquitanos, germanos, septimanos e italianos, educados con la idea de que la tumba de Santiago se encontraba perdida, se lanzaron en busca de aquel sepulcro. Cuando llegaron a Galicia, ni ellos, ni los monjes emeritenses que custodiaban las reliquias, pudieron creer lo que veían. Ni siquiera el rey Alfonso II, a quien se considera el primer peregrino, le dio demasiada credibilidad al hallazgo: la iglesia que ordenó construir para albergar los restos era humilde, impropia de toda una tumba apostólica, mucho menor que la novísima San Salvador de Oviedo. Y para culminar el embrollo, la Iglesia de Roma se revolvió contra sus propias palabras, y no creyó en absoluto que aquella pudiese ser la verdadera tumba de Santiago.
Mientras tanto, los peregrinos seguían arribando a los puertos de la costa, donde desembarcaban anglos y aquitanos, ensanchando las arcas de una diócesis, Iria Flavia, que no sabía cómo aprovecharse de un hallazgo tan fructífero sin caer en la enemistad con Roma. Los obispos de Iria se encontraban pensando cómo podrían dotar de importancia a una tumba aparecida sin cuerpo que la sustentase, cuando una flota vikinga apareció en la ría de Arosa.
Las noticias de que en Galicia existía el santuario de un apóstol habían sido antes escuchadas en el Mar del Norte que en la propia corte de Oviedo. Aterrorizados, los obispos de Iria Flavia huyeron por la calzada, refugiándose en torno a las reliquias de Santiago, rezando por no ser encontrados.
Los vikingos, decepcionados con la pobreza del lugar, aceptaron un pago, y retrocedieron para continuar saqueando regiones más prósperas. El terror quedó prendido en el cuerpo de los obispos irienses: abandonaron la costera e indefensa Iria Flavia y se instalaron en el Locus Sancti Iacobi.
La fama del lugar creció como la espuma y, una vez pasado el peligro vikingo, los mares y caminos costeros se llenaron de peregrinos provenientes de Galia, Italia y Britania. lugares donde el Breviarium Apostolorum había difundido esta "fake new". Los peregrinos se lanzaron a las antiguas calzadas romanas, buscando con ahínco la vía XXIV Ab Asturicam-Burdigalam, que más tarde pasaría a llamarse vía Aquitania, Camino de Francia, calzada de francos y mil variaciones que siempre aludían al lugar de procedencia de los peregrinos, crecidos, al contrario que los hispanos, a la sombra de las palabras del Breviarium Apostolorum.
La fe y la credulidad, tan intrínsecamente humanas, acababan de construir un santuario inexistente cuyos pilares todavía soportan los envites de la razón. No hay camino más humano, más místico y producto de nuestra imaginación que aquel que conduce a Santiago: quizás, por eso, sea tan mágico.
Mentiras e interpretaciones interesadas que dieron lugar a la mágica experiencia de peregrinar a Santiago.

Invención del Mito
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