top of page

EL PORQUE
DEL CAMINO

Existen pocas evidencias históricas que puedan demostrar que el apóstol viajara realmente a la Península. “Pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible, sin embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su traslado a ella”, explica Sánchez Albornoz en su obra «En los albores del culto jacobeo».

En la Biblia se alude habitualmente a él bajo el nombre de Jacobo, término que derivó en nombres como Yago, Tiago y Santiago (sanctus Iacobus). Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor fue uno de los primeros discípulos en derramar su sangre y morir por Jesús. Miembro de una familia de pescadores, hermano de Juan Evangelista -ambos apodados Boanerges (‘Hijos del Trueno’), por sus temperamentos impulsivos- y uno de los tres discípulos más cercanos a Jesucristo, el apóstol Santiago no solo estuvo presente en dos de los momentos más importantes de la vida del Mesías; la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los Olivos-, sino que también formó parte del grupo restringido que fue testigo de su último milagro, su aparición ya resucitado a orillas del lago de Tiberíades.

Tras la muerte de Cristo, Santiago, apasionado e impetuoso, formó parte del grupo inicial de la Iglesia primitiva de Jerusalén y, en su labor evangelizadora, se le adjudicó, según las tradiciones medievales, el territorio peninsular español, concretamente la región del noroeste, conocida entonces como Gallaecia. Algunas teorías apuntan a que el actual patrón de España llegó a las tierras del norte por la deshabitada costa de Portugal. Otras, sin embargo, dibujan su camino por el valle del Ebro y la vía romana cantábrica e incluso las hay que aseguran que Santiago llegó a la Península por la actual Cartagena, desde donde enfiló su viaje hasta la esquina occidental del mapa.

Tras reclutar a los siete varones apostólicos, que fueron ordenados obispos en Roma por San Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, según los textos apócrifos, para, junto a los grandes discípulos de Jesús, acompañar a la Virgen en su lecho de muerte. Allí fue torturado y decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea. Los supuestos testamentos relatan que, antes de morir, María recibió la visita de Jesús resucitado, a quién le pidió pasar sus últimos días rodeada de los apóstoles, que se encontraban dispersos por todo el mundo. Su hijo le permite que sea ella misma, a través de apariciones milagrosas, la que avise a los discípulos y, de esta forma, la Virgen se hace presente sobre un pilar de Zaragoza frente al apóstol Santiago y los siete varones, hoy venerado en la basílica de Nuestra Señora del Pilar.

Fueron estos siete discípulos, relata la leyenda, los que, tras escaparse aprovechando la oscuridad de la noche, trasladaron el cuerpo del apóstol Santiago en una barca hasta Galicia, adonde arribaron a través del puerto de Iria Flavia (actual Padrón). Los varones depositaron el cuerpo de su maestro en una roca -que fue cediendo y cediendo, hasta convertirse en el Sarcófago Santo. Visitaron a la reina Lupa, O REINA LOBA que entonces dominaba desde su castillo las tierras donde ahora se asienta Compostela, para solicitarle a la poderosa monarca pagana tierras para sepultar a Santiago.

La reina acusó a los recién llegados de pecar de soberbia y los envió a la corte del vecino rey Duyos, enemigo del cristianismo, que acabó encerrándolos. Según la tradición, un ángel -en otros relatos, un resplandor luminoso y estrellado- liberó a los siete hombres de su cautiverio y, en su huida, un nuevo milagro acabó con la vida de los soldados que corrían tras ellos al cruzar un puente, pero no fue el único contratiempo con el que se toparon los varones. Los bueyes que les facilitó la reina para guiar el carro que transportaría el cuerpo de Santiago a Compostela resultaron ser toros salvajes que, milagrosamente, fueron amansándose solos a lo largo del camino. Lupa, atónita ante tales episodios, se rindió a los varones y se convirtió al cristianismo, mandó derribar todos los lugares de culto celta y cedió su palacio particular para enterrar al Apóstol. Hoy se erige en su lugar la catedral de Santiago.

No fue hasta ocho siglos más tarde, en el año 813, cuando un ermitaño llamado Pelagio alertó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, de la extraña y potente luminosidad de un campo de estrellas que observó en el monte Libredón (de ahí el nombre de Compostela, Campus Stella, ‘Campo de las Estrellas”) Bajo la maleza, al pie de un roble, se encontró un altar con tres monumentos funerarios. Uno de ellos guardaba en su interior un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo. A su lado, un letrero rezaba: Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé.

El religioso, por revelación divina, atribuyó los restos óseos a Santiago, Teodoro y Atanasio, dos de los discípulos del Apóstol compostelano, e informó del descubrimiento al rey galaico-astur Alfonso II el Casto, que, tras visitar el lugar, nombró al Apóstol patrón del reino y mandó construir una iglesia en su honor. Pronto se extendió por toda Europa la existencia del sepulcro santo gallego y el apóstol Santiago se convirtió en el gran símbolo de la Reconquista española. El rey de Asturias fue solo el primero de toda la marea de peregrinos que vinieron después al Camino de Santiago.

La autenticidad de los restos del apóstol Santiago ha generado, sin embargo, no pocos y encendidos debates y protagonizado meticulosas investigaciones. El inverosímil traslado -por la dificultad que supone – del cuerpo del discípulo de Jesús hasta suelo gallego es solo una de las muchas lagunas de una tradición que se mueve entre el rigor histórico y las leyendas mágicas. Estudios arqueológicos han demostrado que Compostela era una necrópolis precristiana, pero jamás se han practicado investigaciones científicas sobre los restos que custodian los muros de la Catedral, hasta el punto de que algunos investigadores incluso han atribuido tales reliquias óseas a Prisciliano de Ávila, el obispo hispano acusado de herejía.

Este acontecimiento lentamente fue cayendo en el olvido, hasta que hacia el año 813 el ermitaño Pelagio descubre el sepulcro, en lo que eran territorios de la Monarquía Asturiana durante el reinado de Alfonso II el Casto.

Por aquellos tiempos en España los árabes ocupaban gran parte del territorio y en el resto parece que solo había un reino organizado: la Monarquía Asturiana en sus tierras transmontanas y remotas del norte, incluida Galicia, donde era muy difícil penetrar.

El avance musulmán continuaba y amenazaba territorios galos. Carlomagno debía estar vigilante y probablemente ayudó a la monarquía asturiana en sus líneas de defensa. Nuestro rey asturiano y medio monje: Alfonso II el Casto protagonista de esta historia, que se educó en el Monasterio de Samos, a unos 100 kilómetros de Santiago, quizá “conoció previamente los hechos” y quién sabe si habrá propiciado su resurgimiento, aportando un motivo religioso: Santiago, en su lucha contra el Islam. Pocos años después le nombraría Patrón de España. Su patronazgo nace a raíz de la victoria de las tropas hispánicas sobre las sarracenas en la batalla de Clavijo, cerca de Nájara, el 3 de mayo de 844. El rey Ramiro I del reino Hispano Astur al negar el tributo anual de las cien doncellas al califa de Córdoba, Abderamán II, este le hace la guerra. Anteriormente, se lo había reclamado en virtud de lo pactado con su antecesor, el rey Mauregato.

De noche, el rey Ramiro I sueña que el apóstol Santiago le promete la victoria. Al día siguiente, muy de mañana, confiando en su palabra, ataca con todas sus fuerzas. De repente, el apóstol Santiago, el Mayor, aparece en la famosa batalla de Clavijo, cerca de Nájera, montado en un caballo blanco, llevando una bandera blanca en una mano y una espada centelleante en la otra y combatiendo a los sarracenos a los que derrota habiendo centenares de muertos y heridos.

En recuerdo de esta gesta épica, los reyes de la Reconquista española, desde el siglo IX, declaran al apóstol Santiago, patrón de España, y establecen el Voto de Santiago, que consistía en que las tierras conquistadas o por conquistar debían hacer todos los años una ofrenda obligatoria de bienes en especie a la Iglesia del apóstol Santiago, en agradecimiento por dicha victoria.

En señal de gratitud, los habitantes cristianos de los territorios españoles, desde el Pisuerga al mar Mediterráneo y al Océano Atlántico, se comprometieron a pagar el Voto de Santiago a la Iglesia del apóstol Santiago. Los Reyes Católicos lo extienden al reino moro de Granada, y el rey Felipe IV, en 1643, lo hace a todos los reinos de España. Las Cortes Españolas, en 1646, establecen dicho Voto de Santiago, como ofrenda de los reyes, príncipes y del arzobispo compostelano a dicha Iglesia. Esta ofrenda obligatoria será abolida por las Cortes de Cádiz, en 1810.

El Porque del Camino
00:00 / 08:58
volver.png
bottom of page