Conclusion
Un 24 de julio víspera del día grande, Daniel Mermet (periodista, escritor y productor de la radio francesa). recorría la Plaza del Obradoiro con el micrófono en la mano. Buscaba testimonios entre los peregrinos que llenaban ese día Santiago de Compostela, cuando unos jóvenes estudiantes se le acercaron y le dijeron: «Tú no tienes ni idea, ¿no sabes que quien está enterrado aquí es Prisciliano y no Santiago?».
Mermet se quedó perplejo. Junto a él, su colega el escritor y periodista Ramón Chao, directivo de la prestigiosa emisora francesa, que le acompañaba, se vio obligado a aclararle: «Te juro que esto no estaba preparado. No conozco de nada a estos chicos». Y es que Chao, nacido en Villalba (en la provincia de Lugo), aunque residente en París, es de los que están convencidos de que el apóstol Santiago jamás pisó España y de que los restos que se veneran en la capital compostelana no son los suyos, sino los de un gallego de nombre Prisciliano que en el siglo IV revolucionó el cristianismo primitivo chocando frontalmente con la Iglesia. Las dudas del periodista Mermet, sin embargo, no habían hecho más que empezar. Una vez en el interior de la catedral, Chao le animó a que le preguntara a la guía cuál era su versión sobre el origen de las reliquias. «Aquí dentro no puedo decirle nada», le contestó la joven en un impecable francés. «Luego hablamos». Ya en la calle, la chica le dijo que había cosas que era mejor «no meneallas».
A Santiago llegan miles de peregrinos no católicos, desde monjes sintoístas procedentes de Japón, a personajes como la actriz Shirley McLaine, que no consiguió hacer el Camino de forma anónima como se proponía.
En un año normal Santiago recibe casi dos millones de peregrinos. En Año Santo, que se celebra cada vez que el día de Santiago, el 25 de julio, cae en domingo puede haber hasta cinco millones de peregrinos.
¿Quién se atrevería a remover los cimientos que sostienen ese entramado social, económico y también espiritual?
Con el carbono 14 radiactivo sería muy fácil probar que los restos de la catedral son de un hombre del siglo I, pero nunca se ha hecho. No han querido hacer esa prueba, que sería definitiva».
Historiadores, españoles y extranjeros, que, como el profesor Henry Chadwick, de Oxford, también aseguran que la urna de plata de la catedral encierra las reliquias del hereje Prisciliano, y no las del apóstol. Ya Menéndez Pelayo hablaba mucho de este personaje en Historia de los heterodoxos españoles, y el propio Miguel de Unamuno mencionó en muchas ocasiones la posibilidad de que la historia de Prisciliano se hubiera solapado con la leyenda del apóstol Santiago.
En el siglo XVI los piratas ingleses al mando de Francis Drake asaltaron La Coruña, lo que obligó al obispo San Clemente a esconder las reliquias del apóstol detrás del altar mayor. Allí permanecieron olvidadas los siguientes 300 años, un periodo en el que decayeron las peregrinaciones, hasta que en 1879 se encontraron las reliquias de nuevo y los forenses examinaron los huesos y concluyeron que se trataba de restos humanos muy antiguos, de un varón, y el Vaticano ratificó que era el apóstol».
El director de la Biblioteca Nacional, Luis Racionero, recuerda un seminario que se celebró en Santiago en los años 80 en torno a Prisciliano. «Fernando Sánchez Dragó nos contó en una comida su conversación con una marquesa en su pazo gallego. Según ella, el marqués se encontró un día llorando a un joven del pueblo. El chico estaba desconsolado porque el obispo le había mandado destruir una lápida donde estaba escrito: "Aquí yacen los restos de Prisciliano". Creo que sus restos son los de la catedral. Los santos son herejes que tienen éxito, los herejes son santos fracasados. Prisciliano puso en cuestión muchas cosas y le tocó perder».
El asunto es objeto de controversias históricas en las que han participado eruditos de la talla de Claudio Sánchez Albornoz o Américo Castro. Francisco Singul, historiador gallego y asesor cultural del Xacobeo, reconocen, sin embargo, que si la ciencia moderna probara que en la urna de plata no estarían los huesos de Santiago Apóstol no cambiaría la fe de los peregrinos ni el sentido del Camino. «Porque se trata de un peregrinaje ecuménico. La gente va allí a encontrarse a sí misma».
Para el canónigo archivero de la catedral, José María Díaz, tampoco hay dudas «porque, según un estudio llevado a cabo en la cátedra de Anatomía de la Universidad de Santiago, los restos pertenecen a tres hombres del siglo I. Uno sería el apóstol y los otros dos, sus discípulos y compañeros Teodoro y Atanasio».
La leyenda de Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo el pescador y hermano de San Juan Evangelista, nació en el siglo VIII con las visiones de un ermitaño que vio luces extrañas en un bosque de Iria Flavia mientras se escuchaban los cánticos de los ángeles. El obispo Teodorico visitó entonces el lugar y encontró una vieja lápida con restos humanos y los atribuyó al apóstol y a dos de sus discípulos.
Cuando la noticia llegó a los dos hombres más poderosos del momento, el Papa León y el rey francés Carlomagno, ambos se apresuraron a certificar que se trataba del apóstol.
El mundo necesitaba creencias, los cristianos necesitaban una fuerza que les moviera a luchar contra los árabes, que habían llegado hasta la localidad francesa de Poitiers y amenazaban de forma permanente Asturias, el único reino de la Península que había resistido sus avances.