Las Bombas del Pilar
Noche del 2 al 3 de agosto de 1936. Había mucha claridad por el resplandor de la luna llena. Hacía apenas dos semanas que había comenzado la Guerra Civil pero los sublevados, que se habían hecho con Zaragoza con gran facilidad, ya habían puesto en práctica las ejecuciones masivas y los encarcelamientos de los simpatizantes de izquierdas llenando fosas, cunetas y cárceles.
El silencio de la noche se rompió con el ruido de un avión que sobrevolaba a muy baja altura las casas zaragozanas. Se trataba de un Fokker F VII EC-PPA, que había despegado sobre la una de la mañana del aeródromo del Prat en Barcelona. Su piloto era el alférez Manuel Gayoso Suárez.
Nunca se sabrá cuál era su verdadera misión. El caso es que algunos testigos dijeron que el aparato dio unas pasadas “rozando las torres del Pilar” y se alejó hacia el N.E.
Al amanecer, los más madrugadores descubrieron que el avión había dejado caer 4 bombas sobre la ciudad y que ninguna de ellas había hecho explosión. La primera sobre la plaza del Pilar, la segunda sobre el Ebro. Las otras dos, que fueron las que produjeron el mayor efecto psicológico sobre la población, habían impactado sobre la cubierta de la mismísima Basílica del Pilar.
Ambas bombas produjeron más daño artístico que material. Una de ellas entró a la basílica y dañó ligeramente una pintura de Goya, y la segunda chocó con una de las pechinas de una cúpula, pero no llego a penetrar en el templo.
Pero ya la palabra “¡Milagro!” estaba en boca de los zaragozanos quienes, creían a pies juntillas que se había producido un hecho prodigioso: Los “rojos” habían querido destruir la Basílica del Pilar y un milagro de la Virgen Capitana, quien había prometido protección a Zaragoza en su visita, había convertido las bombas en objetos inertes.