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Resumen

Cuesta encontrar en la historia de España un falso mito más repetido y evidente que el de la tumba de Santiago el Mayor, ese apóstol que se sabe que murió en Jerusalén y que dicen que está enterrado en Galicia. Alrededor de tan obvio disparate se ha construido, durante siglos, toda una serie de artificiales evidencias destinadas a probar una leyenda.
Remontemos ahora la historia para entender esta gran mentira mantenida hasta hoy mismo en el siglo XXI. La leyenda, no fundamentada en ningún documento o inscripción, además de increíble para las inteligencias sanas, cuenta que el apóstol Santiago se marchó de Jerusalén para evangelizar, llegando a Finisterre, el fin del mundo en la geografía antigua. Se detuvo a descansar en Zaragoza, y allí se le apareció la virgen María “en carne mortal” el 2 de enero del año 40, y le dejó una columna de jaspe como recuerdo de la visita. Sobre ella se fueron edificando templos cada vez más esplendorosos, hasta llegar al barroco actual.
Por ello a esa virgen se la llama Pilar, y es la patrona de Zaragoza. Fue elevada al rango de capitana general de los ejércitos españoles por Alfonso XIII el 8 de octubre de 1908, saltándose todo el escalafón, y el mismo crédulo monarca la nombró patrona de la Guardia Civil el 8 de febrero de 1913. Cosas del rey católico, que no sabía en qué entretenerse cuando no estaba estuprando doncellas o tirando al plato. El valor de las joyas que atesora esta imagen de palo de 38 centímetros en su basílica, supera los mil millones de euros. Con su venta se podría paliar la hambruna en África, pero al arzobispo de Zaragoza no le importan los africanos, ya que no pertenecen a su secta.
Sigue contando el cuento santiaguero que al terminar su tarea evangelizadora el apóstol regresó a Jerusalén, en donde fue decapitado el año 44 por orden de Herodes Agripa 1º dato aceptado como verídico. El cuerpo y la cabeza fueron recogidos por siete discípulos, según unas fuentes, o por dos, Atanasio y Teodoro, según otras, con intención de llevarlos a enterrar en el Finisterre. Se ignoran los motivos de ese capricho, dada la lejanía de ambos lugares, en una época en la que no existían ni aviones para viajar con velocidad ni cámaras frigoríficas para conservar los cadáveres.

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