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FINIS TERRAE

“Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre, asomándose al infinito”. Camilo José Cela, dijo  que el entorno del mítico cabo, lleno de leyendas, le atrapaba. Fue precisamente allí, cuando se encontraba escribiendo Madera de boj, donde recibió la noticia de que esta vez el premio Nobel era para él. Y no se sorprendió: decía que en aquel rincón del mundo todo era posible.

Algo parecido pensaron los antepasados de nuestros antepasados, que peregrinaban hasta lo que creían que era el fin del mundo para asomarse, aunque fuera de puntillas, a lo desconocido. De ahí el nombre con que lo bautizaron los romanos, Finis Terrae, un símbolo de la línea que separa la vida de la muerte en el que han creído distintas civilizaciones.

Las peregrinaciones al Finis Terrae son un componente importante de la historia de Europa, desde tiempos muy antiguos los habitantes del mundo conocido debían realizar este viaje hasta el extremo occidente, el lugar donde se pone el sol.

Hoy, esa lengua de roca que se adentra en el mar unos tres kilómetros sigue siendo un tesoro de la naturaleza que merece la visita al menos una vez en la vida. Entre otras cosas para asistir al espectáculo que el sol ofrece allí cada atardecer. Es la primera tarea de una lista de imprescindibles asociados al cabo Finisterre, distinguido con el sello Patrimonio Europeo junto a la Acrópolis de Atenas.

La idea de peregrinación hacia las tierras más occidentales de Europa ya estaba presente en las creencias de los pueblos celtas, relacionadas con el viaje que a diario realiza el sol.

Finisterre: ‘fin de la tierra’, utilizado desde tiempos remotos y no sólo por su situación geográfica, el último extremo del mundo conocido, sino también por su vinculación a las creencias de un más allá tras un mar infinito. Leyendas, tradiciones, antiguas consejas unen a todos los finis terraes atlánticos vinculados a la tradición céltica, desde Irlanda a Bretaña, desde Galicia a Portugal. Todos ellos cuentan con antiguos santuarios relacionados con remotas peregrinaciones, como se está demostrando cotidianamente en otros promontorios atlánticos de la misma Galicia (Facho de Donón, O Morrazo), donde centenares de aras votivas demuestran el espíritu religioso que a lo largo de la historia ha atraído a miles de seres humanos a estos remotos acantilados del fin del mundo.

En estos lejanos parajes, donde el sol se hunde tras un mar incógnito, es donde el historiador clásico Lucio Floro sitúa a los legionarios de Décimo Junio Bruto aterrorizados ante el sol desapareciendo como una pavesa en el Atlántico. Para los peregrinos ha sido también, a lo largo de la historia, un lugar de misterio no exento de cierto vértigo a lo desconocido. Allí, al otro lado, no se ve otra cosa si no es el cielo y el mar, y se dice que allí la mar es tan brava que nadie la puede atravesar; también se dice que no se sabe lo que hay al otro lado, y partieron con barcos y galeras, pero nadie regresó.”

Este camino, es una gran bola de nieve. Nadie puede asegurar que haya algo sólido en el núcleo originario de ese ovillo enmarañado de mitos y leyendas que en la pendiente de los siglos ha ido rodando y engordando, en resumen: que el Camino de Santiago es sólo la versión cristiana y medieval de un fenómeno previo, el Camino estaba ahí desde hace miles de años. Era el camino del Sol hacia su ocaso en occidente, donde la tierra se acaba. El camino de las estrellas marcado por la Vía Láctea. Un sendero jalonado por los hombres prehistóricos con dólmenes y megalitos, el Sendero de Anu, la Cadena celta de Lugh, el Callis Ianus (sendero de Jano) de los romanos, que conducía al sagrado bosque Lucus Augusti y al Ara Solis, allí donde se acaba el mundo, en el Finis Terrae.

Reminiscencias patentes de cultos solares, el Ara Solis o altar del Sol, astro rey que "se sumerge" en las aguas de esta costa de ritos ancestrales, pero también adoraciones lunares pues tan espectacular como ver ocultarse al Sol, en el Atlántico es ver surgir la Luna, sobre el Monte Pindo.

El Monte Pindo domina las tierras del Fin del Mundo. El hogar de las deidades gallegas refleja, en su rosa vestidura granítica, luz y sombra sobre mar y gentes del Finisterrae.

Allí, al pie del fin del mundo conocido, descansarían los dioses y hacia este lugar irían las almas de los guerreros muertos en la batalla. El propio monte, en realidad una sucesión de agrestes cimas, desde siempre ha ejercido una atracción especial en el folclore local, alimentando leyendas y ubicando en él lugares mágicos relacionados con sacrificios, fertilidad y muerte, pero también con fabulosos tesoros como el de la misteriosa Reina Lupa, ligada, como veremos, con la traslación del cuerpo del apóstol Santiago al lugar de su definitivo enterramiento: Compostela. La curiosa morfología del roquedo ha adquirido en la mentalidad popular formas antropomórficas y es abundante la identificación de éstas con representaciones humanas. Así, la visión de la cima del Pindo nos presenta multitud de antiguos guerreros petrificados que han encontrado en sus alturas la última morada teniendo como eterno compañero al crepúsculo.

En el principio de los tiempos, este territorio estaba bajo la protección de un encantamiento que frenaba los posibles deseos de conquista de los pueblos belicosos ya que aquellos que se arriesgasen a ignorarlo quedarían convertidos en piedras.

Finisterrae
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