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EL VOTO DE SANTIAGO

En la Alta Edad Media, era costumbre, que los reyes agradecieran la ayuda de Dios en sus campañas con sustanciosas donaciones a conventos, abadías o sedes episcopales, por lo que no es de extrañar que, en alguna ocasión imprecisa, se hiciera tal a la sede compostelana. Sin embargo, es posible que, para seguir cobrando dichas rentas, en algún momento se requiera presentar prueba escrita de estas ofrendas, no siempre registradas, razón por la cual, los canónigos de Santiago se ven forzados por las circunstancias a redactar un diploma que supuestamente copia el requerido original. Para ello, el canónigo elabora un documento con datos tomados de diplomas de Ordoño 1º o de Ramiro 1º de la primera mitad del siglo X, testigos y confirmantes que garanticen la veracidad de sus palabras. A partir de aquel instante el diploma cobra vida propia y comienza su particular singladura.
La primera noticia sobre esta batalla se produce a mediados del siglo XII, cuando un canónigo de Compostela llamado Pedro Marcio copió, un documento original de privilegio otorgado por el rey Ramiro I de Asturias en el que establecía el llamado voto de Santiago en acción de gracias por la victoria obtenida en la batalla de Clavijo.
Aun cuando este primer relato se ha reproducido varias veces, nunca ha sido posible acceder al presunto documento original ya que, según parece, dicho ejemplar se extravió en 1543 cuando fue presentado en la Real Chancillería de Valladolid con motivo de un pleito que enfrentaba a la sede compostelana con la villa de Pedraza.
Al parecer, dicho documento estaba redactado en primera persona por el propio Ramiro I, y en él decía que reunió un ejército con el que se dirigió hacia Nájera, camino de un lugar llamado Albelda (La Rioja), confiando más en la misericordia de Dios, que en la multitud de mi ejército.
Supuestamente, el primer choque armado se saldó con la derrota cristiana, por lo que el rey ordenó la retirada hasta un collado denominado Clavijo, situado a unos 15 km al sur de Logroño. Allí pasaron la noche los supervivientes, y allí fue donde el rey Ramiro tuvo su presunta visión. En ella, Santiago Apóstol se le presentó en sueños, diciéndole: ten valor, mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esta muchedumbre de enemigos, por quienes te ves cercado. Así mismo, el Apóstol le aseguró que, en el momento de la batalla, ambos ejércitos le verían en el cielo vestido de blanco, sobre un caballo del mismo color y portando en la mano un estandarte blanco. El 23 de marzo de 844, según la leyenda, se produjo la batalla y las tropas cristianas derrotaron a los musulmanes. Desde aquel día, se utilizó esta invocación: ¡Dios, ayuda y Santiago! A partir de entonces, los ejércitos españoles, hasta la Edad Moderna, lo tuvieron por patrono, y en todos los combates, desde los Tercios de Flandes, hasta los conquistadores de América, se invocaba el nombre de Santiago.
Sin embargo, siguiendo ahora a Sánchez Albornoz;  Ramiro 1º, no combatió en Clavijo, y aunque hubiese allí combatido, ni él ni sus gentes habrían creído que a su lado había luchado el Apóstol Santiago. Es cierto que hubo batalla en aquellos lugares, pero fue en el año 859, durante el reinado de Ordoño I; se trata de la batalla de Albelda, librada contra el gobernador de Zaragoza, el autodenominado “Tercer rey de España”.
Pero los favores de los santos tienen precio, y la Iglesia se encargaba de cobrarlo. Desde tiempos inmemoriales se mantenía el llamado Voto de Santiago, un impuesto vigente en la Corona de Castilla que producía enormes ganancias a la Iglesia gallega. Lo habría establecido tras la batalla de Clavijo el mismo Ramiro 1º, agradecido al auxilio del Apóstol, y consistía en las primicias de las cosechas de cereales y vendimias, así como una parte en toda ganancia que se hiciera a costa de los moros. Se aceptaba la convención de que Santiago Matamoros seguía en nómina del ejército cristiano y tenía la misma cuota que cualquier otro caballero en el reparto de botín o tierras reconquistadas.
El monto económico del Voto era fabuloso y convertiría a la catedral y el Arzobispado de Compostela en las instituciones más ricas de la Corona de Castilla. Pero al terminar la amenaza musulmana, el exagerado enriquecimiento de la Iglesia compostelana provocó la resistencia del campesinado que pagaba el Voto. -hidalgos, eclesiásticos y artesanos, estaban exentos-. Muchas ciudades de Castilla pleitearon para no pagarlo y, curiosamente, los abogados del arzobispado gallego nunca presentaron en el juicio el documento de Ramiro 1º que establecía el Voto. Según la Iglesia el documento original lo habían extraviado en la Real Chancillería de Valladolid en 1543, en un pleito con la ciudad de Pedraza.
Sin embargo, ya entonces los eruditos historiadores descubrieron que el origen del Voto era una falsificación del siglo XII con la que se había sacralizado una renta anterior. La manipulación de documentos históricos era una habilidad de la Iglesia, como es patente con las Donaciones de Constantino, falsificación origen del poder temporal de los papas en Roma.
Pese a ello resultaba muy difícil derrotar al Voto en los tribunales, pues en los tres donde se podía presentar la demanda, las reales chancillerías de Valladolid y Granada y la Audiencia de Galicia, había un oidor o “juez protector” nombrado por el arzobispo, que defendía vehementemente los intereses santiaguistas. La Iglesia compostelana tenía además a su favor un privilegio real que sí era auténtico, y firmado nada menos que por los Reyes Católicos. Tras la conquista de Granada, que culminó la Reconquista, Isabel y Fernando extendieron el Voto al nuevo reino moro incorporado a la Corona de Castilla, que debía sostener un hospital de peregrinos (el magnífico parador de turismo actual, que se alza frente a la catedral). ¡Si los Reyes Católicos habían dado por bueno el privilegio de Ramiro 1º, a ver quién lo negaba! Pese a ello la oposición crecía, y a principios del siglo XVII se mezcló con otro asunto religioso, de aquellos que tanto apasionaban a los españoles de otros tiempos. La orden carmelita inició una ofensiva para convertir a su santa, Teresa de Jesús, en la patrona de España, desplazando a Santiago. Enseguida España se dividió en dos bandos, santiaguistas y teresianos. Ambos tenían partidarios poderosos, entre los primeros estaba, por ejemplo. Quevedo con su afilada pluma, algo normal pues Quevedo era caballero de la Orden de Santiago. Entre los segundos, el conde-duque de Olivares, el formidable valido de Felipe IV, que tenía los hábitos de Calatrava y Alcántara, las órdenes militares rivales de Santiago.
Durante bastantes años de los reinados de Felipe III y Felipe IV los monarcas españoles estuvieron dubitativos, dando su apoyo a Santiago o a Santa Teresa. En 1627 Felipe IV zanjó la cuestión a favor del patronazgo del Apóstol, refrendado por el Papa, pero al año siguiente Santiago sufrió un descalabro, cuando la Cámara de Castilla dictaminó que quedasen libres del Voto las diócesis de Burgos, Palencia, Soria, Calahorra y Osma. Obtuvo una compensación menor cuando en 1643 el rey estableció una ofrenda de mil escudos de oro, que cada 25 de julio –día de Santiago- se entregaría para el culto de su iglesia. Ese es el origen de la ofrenda nacional a Santiago que todavía existe hoy día.
Con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII las voces contra el Voto de Santiago eran clamor. Los ilustrados atacaban tanto el origen del Voto, una clara falsificación histórica, como su naturaleza de privilegio, que engordaba unas arcas eclesiásticas ya rebosantes, y sus consecuencias económicas, estableciendo un gravamen que dificultaba el progreso del campo español. Se escribió mucho, pero no se aboliría hasta que se produjese el hundimiento del Antiguo Régimen español con la invasión napoleónica.
Fueron los liberales reunidos en las Cortes de Cádiz quienes decretaron hace 200 años la abolición del Voto de Santiago, y de paso nombraron patrona de España a Santa Teresa. Por poco tiempo, pues la vuelta a España del Deseado, Fernando VII, supuso la reimplantación del absolutismo y con él la vuelta del privilegio jacobeo... igualmente de forma pasajera, pues la revolución liberal de 1821 lo suprimió de nuevo.
El liberalismo duró esta vez tres años, el llamado Trienio Liberal, y fue aplastado por la invasión enviada por las potencias absolutistas europeas, los Cien Mil Hijos de San Luis. El grito de guerra de los soldados españoles era “¡Santiago y cierra España!” y se suponía que el patronazgo del santo guerrero debería protegernos de invasiones extranjeras, fueran moros o franceses, pero el Apóstol no cumplió esta vez, pues los Cien Mil se hicieron fácilmente con todo el país, y devolvieron el poder absoluto a Fernando VII; y el Voto a Santiago.
Por fin, en 1834, muerto ya Fernando VII y con los liberales en el poder, agrupados en torno a su hija, la niña Isabel II, mientras la reacción se lanzaba a la insurrección carlista, el Voto de Santiago fue abolido definitivamente.
El Voto a Santiago
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