El apóstol Santiago fue patrón de España de manera oficial desde los Reyes Católicos, aunque ya en el medievo las crónicas hablaban de él como patrón y protector sobre todo desde la batalla de Clavijo (834), donde el apóstol «realizó» una intervención milagrosa para salvar las huestes del rey Ramiro I. Una historia curiosa pero no debemos olvidar que la historiografía no da ninguna validez a esta batalla y que parece más un intento de recuperar la moral de la población que de un hecho real. Sin embargo, durante mucho tiempo Santiago tuvo el importante papel de protector del reino, al igual que otros ilustres santos.
Los apoyos a favor de Santa Teresa alegaban su vida austera, la reforma religiosa y su gran capacidad literaria. Además, defendían que nada prohibía que hubiera un compatronato, es decir, un patronato compartido y que ello no hacía de menos al Apóstol. A la existencia histórica de varios protectores del reino, esta se encontraba legitimada por el Concilio de Trento que certificaba los patronatos múltiples y en el reino de Castilla por las Partidas de Alfonso X el Sabio, por lo tanto, tenía base jurídica e histórica.
La primera vez que se aprobó el compatronato entre Santa Teresa y el apóstol fue el 4 de agosto de 1618 por orden de Felipe III y aprobado por las Cortes de Castilla. En los documentos se destacaba su ejemplo de vida y su labor religiosa y literaria. Uno de los principales baluartes que tuvo siempre fueron las Carmelitas, orden que ella misma había creado con su reforma. Sin embargo, esta concesión también provocó airadas protestas sobre todo de la Catedral de Santiago, que logró apoyos de otras diócesis importantes del reino.
Al final las Cortes de Castilla se retractaron, pero no solo por las quejas recibidas, que no fueron pocas, sino porque Santa Teresa, que había sido beatificada en 1614, no había sido canonizada. Por ello, el mismo rey suspendió la elevación de Santa Teresa como patrona, probablemente esperando su canonización. Esta llegaría en 1622 por el papa Gregorio XV, aunque Felipe III no pudo verlo, pues había fallecido un año antes.
Tras el fallecimiento de su padre en 1621, Felipe IV llegó al trono y también fue su deseo volver a situar a la santa en lo alto del patronazgo. Como ya estaba canonizada se propuso al Consejo de Castilla el decreto que establecía a Santa Teresa como patrona compartida con Santiago. Fue aprobado por las cortes y el papa. El rey se puso tan contento de haberlo logrado que celebró fiestas en su honor.
El nuevo nombramiento también iba a provocar polémica y muchos pronunciamientos en su contra, de los que destacaron el Cabildo de Compostela y Quevedo, que como buen caballero de la Orden de Santiago consideraba una ofensa que compartiera el patronazgo. Se produjo una «guerra de panfletos» que se alargó durante tres años, con partidarios a favor y en contra. En su lado se encontraban, además del rey, su valido el conde-duque de Olivares e ilustres eclesiásticos como el obispo de Córdoba.
De nuevo se conformó el patronato único de Santiago en 1629, pese a los intentos del válido del rey. Había llegado a tal punto la crispación que una letanía de Santa Teresa llegó a ser prohibida por la Inquisición.
Carlos II, hijo de Felipe IV y último de los Austrias, también trató de aupar a Santa Teresa como habían hecho sus predecesores. Aunque no lo logró en vida, lo dejó por escrito en su testamento. Entre sus últimas voluntades, el monarca indicaba que su deseo de toda su vida era qué Santiago y Santa Teresa compartieran el patronazgo de sus territorios. Sin embargo, nadie cumplió sus deseos, no tuvo hijos y por tanto el siguiente rey, el borbón Felipe V, pertenecía ya a otra dinastía y no realizó tan petición. De hecho, el nuevo rey era muy devoto de San Jenaro al que cerca estuvo de elevar por encima de Santa Teresa… y de Santiago.
El tercer y último intento sucedió a principios del siglo XIX en las Cortes de Cádiz. Se dice que los bandos liberal y conservador apoyaron cada uno a un patrón, imponiéndose los liberales con Santa Teresa en un movimiento que deseaba atacar las tradiciones. Para ello las Cortes alegaron la ausencia de la revocación de los patronatos aprobados en el siglo XVII y lo aprobaron, aunque no por unanimidad. Sin embargo, esta tercera intentona tampoco se alargó en demasía, ya que tras la restauración de Fernando VII se repuso al apóstol como patrón único. Ratificado por la Cámara de Castilla en 1816, así se ha mantenido hasta nuestros días
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