Todos hemos puesto alguna vez la toalla al borde del mar, pegaditos al agua, sobre todo esos días abrasadores en los que caminar por la arena se convierte en todo reto.
Así que, ni corto ni perezoso, clavas tu sombrilla como si se tratase de una bandera con expresión triunfal en primera línea, convencido de haber escogido el mejor sitio. Te acomodas en tu toalla, disfrutando con la brisa marina hasta que te quedas frito. ¡Uno se siente en la gloria! Pero todo se tuerce cuando sientes en tus pies ese fresquillo primaveral del agua atlántica y sales corriendo por patas para evitar que la toalla, tus pertenencias y hasta tu suegra acaben empapadas.
Seguramente alguna vez te has preguntado por qué suben y bajan las mareas dos veces al día. O por qué el que suba o baje tanto la marea sólo pase en las costas atlánticas, pero no en las mediterráneas.
También estoy seguro de que te habrás fijado que unos días sube y baja la marea muy poco o casi nada y otros casi nos deja sin playa. Te imaginarás que la culpable es la luna, pero no sólo es ella la responsable.
Ese movimiento de las masas de agua de los océanos no sólo se debe a la fuerza de atracción de la Luna sobre la Tierra, sino también a la atracción del Sol, como bien sabía nuestro amigo Newton, es decir, a la gravedad, fenómeno que habitualmente explicamos por medio de la Ley de Gravitación Universal. En esencia, dos cuerpos celestes se atraen con una fuerza que es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Esa fuerza, como decíamos, es la responsable de la deformación que se produce en el agua que cubre el planeta y que tiene como principal agente a la Luna.
Si nos quedamos con el efecto que genera la Luna podremos entender el fenómeno de las mareas, pero si queremos entender qué ocurre en mareas vivas y muertas y también en las equinocciales necesitamos tener en cuenta el efecto del Sol. El Sol, como cuerpo celeste, también genera una fuerza de atracción sobre la Tierra que igualmente se traduce en una deformación de los fluidos que cubren al planeta. Ahora bien, el efecto del Sol es considerablemente menor que el de la Luna. En otras palabras, la Luna determina cuándo se produce la marea alta o la baja y el Sol condiciona cómo de alta o cómo de baja acaba siendo la marea.
Es fácil de entender que la fuerza de la gravedad que la luna ejerce sobre la tierra hace elevar el nivel de las aguas del mar en la parte de la tierra que mira alineada hacia la luna, haciendo subir lo que llamamos la marea.
Ahora bien, la tierra tarda 24 horas en dar una vuelta completa así misma, es decir, que solo una vez cada 24 horas la tierra está alineada con la luna, y, por lo tanto, sería de lógica pensar que debería haber una única marea alta a lo largo del día. Como sabemos, esto no ocurre así, a lo largo del día (24 horas) se producen dos mareas altas en un ciclo aproximado de 12 horas, con dos mareas bajas entre medias. ¿Por qué ocurre esto?
La tierra y la luna forman un sistema que gira alrededor de un centro de rotación, cuando la luna se encuentra sobre la vertical de un océano atrae las aguas y estas se elevan. En la cara opuesta de la tierra, el movimiento de rotación del sistema tierra-luna provoca una fuerza centrífuga que hace que las aguas también se eleven, provocando también una pleamar (de menor intensidad) en el lado opuesto al de la luna. Por el contrario, en los océanos de las caras no alineadas con la luna, las fuerzas gravitatorias y centrífugas se contrarrestan dando lugar a la marea baja o bajamar.
Para entender el ciclo de la marea correcto, debemos pensar que a la vez que la tierra gira sobre su propio eje en movimiento de rotación, la luna gira alrededor de la tierra en traslación, avanzando aproximadamente 12° diarios y tardando 29 días, 12 horas, 44 minutos y 3 segundos en completar su órbita. Este movimiento de traslación de la luna hace que desde un punto de la tierra tardemos algo más de 24 horas en volver a estar alineados frente a la luna, más exactamente tardaremos 24 horas, 50 minutos y 28 segundos. Esto es lo que llamamos un día lunar y es el tiempo por el que se rige el ciclo de la marea.
Por lo tanto, y teóricamente hablando, el ciclo de la marea es de 12 horas, 25 minutos y 14 segundos entre pleamar y pleamar, y de 6 horas, 12 minutos y 37 segundos entre pleamar y bajamar. Estamos diciendo teóricamente, ya que la realidad no es tan puramente matemática. La tierra no está formada solo de agua, es una superficie irregular con continentes de tierra por el medio que hacen efecto de interferencias en la marea, la geometría de las costas también afecta, el perfil de profundidad de cada costa, las tormentas, las corrientes oceánicas, el viento, la latitud a la que esté situado un punto determinado e incluso la presión atmosférica.
En el Mediterráneo las mareas son prácticamente inapreciables, ello se debe, a que es un mar cerrado con una única entrada a través del Estrecho de Gibraltar. Este paso tan pequeño, es incapaz de absorber la gran cantidad de litros de agua del Océano Atlántico, que tiene una profundidad media de 4.000 m y que, por tanto, este gran volumen de aguas queda retenidas en el estrecho, actuando como un grifo que cierra el flujo y crea una fuerte corriente de entrada de millones de metros cúbicos de agua pero incapaces de llenar el Mediterráneo al no haber la velocidad suficiente para el tiempo que dura el ciclo de la marea. Durante la vaciante, pasa lo contrario y en el Estrecho se genera una fuerte corriente de salida hacia el Atlántico.
Al ser el Mar Mediterráneo un Mar pequeño, el efecto de atracción de la luna sobre esta pequeña extensión de agua en los diferentes puntos o costas es muy pequeño y la amplitud de marea que forma es de centímetros y por tanto despreciable para la navegación.
Esto de experimentar por uno mismo los efectos de las mareas, ya le ocurrió hace siglos a los propios romanos en las costas francesas. Se llevaron un susto monumental cuando, tras echar el ancla en las costas de la Galia vieron que sus barcos quedan varados sobre la arena unas horas después. El susto duró poco ya que la siguiente subida de la marea volvió a levantar sus barcos. Al cabo de varios días, los romanos se dieron cuenta de que no era ningún truco de magia, sino algo natural que se repetía cada día: la pleamar y la bajamar.
Otra consecuencia de que se produzcan las mareas es que, al bajar el nivel del mar, en nuestras costas, deja al descubierto grandes extensiones de arena, que enseguida aprovechan las mariscadoras para coger sus aparejos y lanzarse a recoger los maravillosos productos que se ocultan bajo el fango como las almejas o los berberechos.
Ellas son, sin lugar a duda, las mejores conocedoras de fauna del intermareal y de cómo y cuándo se producen las mareas.