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Cesáreo González Rodríguez nacía en la calle Placer de Vigo el 29 de mayo de 1903. Era hijo de dos humildes orensanos de Nogueira de Ramuín, su padre, Claudio, era afilador y su madre, Celsa Rodríguez, un ama de casa que quería que el tercero de sus cinco hijos fuera cura. Más tarde el chico para evitar el seminario y el servicio militar huyó como polizón rumbo a La Habana.

En La Habana se convierte en jugador de póker y frecuenta hoteles y casinos de la ciudad, donde aprovecha para codearse con grandes figuras de la época. Pero parece que, huyendo de las deudas, llega a México, donde un tío suyo tenía una panadería. Allí se casa con su prima y se dedica al negocio familiar que más tarde vendería para volver a España.

En 1931, con 28 años, llegaba a Vigo con ganas y dinero. Nada más llegar a su ciudad natal abre, con su cuñado como socio, la Sala de Fiestas Savoy en la calle Príncipe, consigue la distribución de Citroën y se da de alta en la Falange. Poco después abre una agencia de publicidad que tuvo entre sus clientes al Banco Vizcaya y a Citroën Hispania, y que le daría innumerables contactos a los que recurrir cuando así lo necesitaba.

Cesáreo era un hombre listo, hábil y tenaz, pero no se introdujo en la industria cinematográfica por amor o interés a la cultura, sino para saldar una deuda. Debido a su trabajo en Citroën iba y venía a Madrid, donde acumuló una gran deuda que tenía que cancelar. Para conseguir pagarla decidió invertir 40.000 pesetas, una pequeña fortuna para la época, en una película rodada en Galicia, “El famoso Carballeira”, en 1940, que se convierte en un éxito y multiplica su inversión. Así que, ese mismo año, crea su propia productora: Suevia Films, en el número 66 de la Gran Vía de Madrid.

A comienzos de 1947 amplía sus actividades y comienza a darse a conocer por toda América, donde establece acuerdos y crea delegaciones propias para la distribución y producción. En Hollywood se llegó a asociar con Columbia Pictures y en el resto del mundo lo hizo con las mejores productoras de cada país, lo que le permite estrenar sus películas en Nueva York, Los Ángeles, París, Londres, México DF o Buenos Aires.

En la década de 1950 Cesáreo se dio cuenta de que necesitaba su propio “star-system” y decidió trabajar para elevar a la categoría de actrices y superestrellas a las mayores “influencers” españolas de la época: las folclóricas. De esta manera consiguió rodearse de semidiosas y semidioses que resplandecían en el firmamento cinematográfico como los grandes de Hollywood. Además, creó un formato de cine que al Régimen le encantaba: el musical nostálgico, un género que sería conocido como la “españolada” que le convirtió en millonario y cambió para siempre la historia de España y Latinoamérica.

Cesáreo contrataba a los mejores: Lola Flores, Sara Montiel, Maruja Díaz, Carmen Sevilla, Marisol, Joselito… Y vendía extraordinariamente bien todo lo relacionado con sus películas. Desde el inicio de un nuevo proyecto y la firma de los contratos con sus estrellas más importantes, hasta los espectaculares estrenos a los que acudían todas ellas, siempre haciendo ruido en todos los medios y la prensa de la época e incluso en el NO-DO.

Un buen ejemplo de su habilidad para centrar la atención mediática fue la firma del contrato con Lola Flores para protagonizar cinco películas durante dos años, que se convirtió en un acontecimiento nacional seguido por todos los medios del país.

El gallego llamaba la atención con su presencia en Cannes, con la organización de semanas de cine en capitales extranjeras o con trenes repletos de estrellas camino de Lisboa o Vigo. Todo el mundo sabía que, donde estuviera Cesáreo, también estarían las grandes estrellas del cine español.

Además, sabía cómo transmitir a todos los españoles que las películas que producía, aquellas “españoladas” que hoy vemos rancias, anticuadas y machistas, se situaban, en aquel momento, al mismo nivel que lo que se hacía en el extranjero. Y por ello, todas eran un éxito de taquilla.

Lola Flores fue una de sus mayores musas y su mayor superestrella. El gallego le abrió las puertas de las revistas de cine, de entretenimiento y cotilleo, y explotó la nostalgia de los emigrantes que Lola evocaba con su imagen, su baile y sus canciones.

En 1952, los dos cruzaban el charco rumbo a México y allí graban “Pena, penita, pena”, la película que catapultó a Lola a la fama y al estrellato mundial, y que la convirtió en un mito inmortal.

Con lo que Lola ganó en esta primera gira americana se compró un piso, un Cadillac y retiró a su padre. Por ello un contrato que iba a durar dos años acabó durando diez y con el gallego actuando como padrino de su boda con Antonio González “el Pescaílla”.

Su estancia en América fue determinante para la artista, de hecho, su conocido apodo, “La Faraona”, viene del título de otra película que protagonizó en México en 1956 y que también produjo Suevia Films.

Pero Cesáreo no solo producía cine “comercial”, sino que también tocaba cine más comprometido socialmente, participando en películas de Juan Antonio Bardem, Manuel Mur Orti o Berlanga, a pesar de que a este último Franco le llamaba “mal español”.

Como buen gallego nunca se olvidó de su tierra. Todas las películas de Suevia Films comenzaban con fotogramas de la bandera de Vigo y una vista de la ciudad. Su imperio reinó durante 28 años y participó en más de 150 películas que llegó a distribuir en 108 países.

Un cáncer fue la única manera de apear del mundo a Cesáreo, que fallecía en Madrid el 20 de marzo de 1968.

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