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“Nací pobre, pero increíblemente bella”. Frase que bien podría tratarse, del comienzo de las memorias de la Bella Otero. Agustina Otero Iglesias nació el 19 de diciembre de 1868 en Valga (Pontevedra). La suya es una historia construida a base de fábulas. Hija de madre soltera no conoció en la infancia otra cosa que la miseria y el abandono. Hay quien especula con la posibilidad de que fuese hija del párroco local, pues ninguno de sus cuatro hermanos fue reconocido por ningún progenitor.

A los 10 años Agustina fue violada por un hombre apodado Conainas, de profesión zapatero, que se dio a la fuga dejando a la niña desangrándose y con la pelvis rota. Según el parte médico, la violación fue tan brutal que tuvo que ser trasladada de forma urgente al hospital Real de los Reyes Católicos de Santiago. Otero quedó estéril. Cansada del desprecio y el rechazo de sus vecinos a los 12 años cogió el petate y no le volvieron a ver por allí. Unos dicen que se unió a una compañía portuguesa ambulante.

Después de unos años en los que poco se sabe de ella, aparece en Barcelona siguiendo a un novio que la había abandonado. Actúa en cabarés y probablemente, ejerce la prostitución. Viaja a Montecarlo con un amigo con todo el oro que ha podido reunir y decide probar suerte en el casino. Por desgracia, un despiste del croupier le hace ganar 300.000 euros. A partir de ese momento, la ludopatía condicionará su vida.

En la ciudad condal (otros dicen que fue en Marsella) la descubrió en 1889 el empresario estadounidense Ernest Jurgens que rápidamente se convirtió en su mecenas por amor. Juntos inventaron el pasado de la artista. Nacía así la Bella Otero, que mantendría la invención de su propia vida hasta el final de esta: una biografía con mucha imaginación publicada en 1926 aseguraba que provenía de las relaciones entre una gitana llamada Carmen y un aristócrata griego apellidado Carasson. La combinación entre misterio, seducción y exotismo salió bien. Ya en París consigue alcanzar el éxito rápidamente. No tenía una voz especial y tampoco era una bailarina excepcional, pero poseía unas habilidades excelentes en el terreno sexual que la hacían irresistible. Por su cama pasaron empresarios, diplomáticos, banqueros, aristócratas y jefes de Estado. Mantuvo tórridos romances con el zar Nicolás II, con el emperador Guillermo de Alemania, con Leopoldo de Bélgica y (no podía faltar) con Alfonso XIII. Varios oficiales y nobles se suicidaron cuando la Otero los rechazó o dio por terminada la relación. Renoir la retrató y D’Annunzio le escribía poemas. No existía una mujer en Europa como Carolina Otero.

Gracias a los regalos de sus amantes, atesoró una inmensa fortuna. Solo uno de sus collares, un espléndido bolero de diamantes llegó a estar valorado en 15 millones de euros. Pensando en la vejez, decidió invertir parte de su dinero, en concreto 7 millones de francos (42 millones de pesetas, vamos) y asesorada por Nicolás II, compró bonos rusos. En París había comprado un hotel al que llamó «Villa Carolina». Pero en 1924, casi arruinada por el juego, tuvo que venderlo e instalarse en una pensión en Niza, donde viviría hasta su muerte, quemando los bonos rusos en una pequeña estufa para calentarse.

Su situación económica llegó a ser tan dramática que un amigo solicitó para ella la tarjeta para pobres de solemnidad, ayuda que le fue concedida a pesar de no poseer la nacionalidad francesa. Su «exotismo» fue siempre uno de sus principales atractivos que ella supo utilizar con gran destreza. Se comprende que, por razones de propaganda profesional, Carolina Otero no dijese nunca que era gallega. ¿Cómo iba a triunfar en el mundo de los music-halls una bailarina gallega?

La Bella Otero recorrió con su espectáculo de cantes y bailes sensuales las principales capitales de Europa y Sudamérica. Su maestría era mucho más instintiva que técnica –suplía todas sus carencias a base de picardía– pero llegó a protagonizar obras de teatro y óperas. Ninguna cima es inalcanzable para el hambre. Son muchos los que aseguraban que su éxito se debía únicamente a su figura. Maurice Chevalier, que la trató, escribió: “todo se reducía a sexo, sólo a sexo”.

Considerada la mayor belleza de la Belle Époque la Otero fue la primera artista española celebrada internacionalmente. Eso es incuestionable. Una vez se hizo con el trono abandonó a Jurgens, que acabó en la ruina y suicidándose en una pensión de tres al cuarto. Se cree que Agustina fue la causa de otras seis muertes voluntarias y por este motivo se le apodó como ‘La sirena de los suicidios’. Los cuentacuentos dicen que sus pretendientes la cubrieron de joyas de la cabeza a los pies, le donaron sus fortunas e incluso uno le regaló una isla. Todo era poco por pasar un rato con la Bella Otero, que nunca prometió a sus acompañantes exclusividad. Entre sus amantes se incluían seis monarcas: el príncipe Alberto I de Mónaco, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, el zar Nicolás II de Rusia, el káiser alemán Guillermo II y Eduardo VII de Inglaterra cuando aún era príncipe de Gales. Habría que añadir a este libro de visitas al príncipe Nicolás de Montenegro (que le regaló una joya de la corona) y al gran duque Pedro Nikoláyevich de Rusia.

Cuando contaba 85 años, acudió a Paris muy emocionada para asistir al estreno de una película sobre su vida, protagonizada por María Felix. El 10 de abril de 1965, con 96 años y mucha vida a sus espaldas, Carolina Otero falleció sola, de un infarto fulminante, en su humilde piso de Niza. Tan solo tenía 60 francos, que donó a los más desfavorecidos de su Valga natal.

En el cementerio de Niza, al entierro de la mujer que había enamorado al mundo con sus bailes y su exótico pasado, solo acudieron unos cuantos crupieres del casino para despedirla.  Con ella se acababa definitivamente esa única y utópica Europa de la Belle Époque, representada por los sensuales movimientos de una misteriosa mujer, que embrujo a la sociedad parisina, con un pasado inventado, para ocultar no sólo su suceso de la niñez, sino también sus orígenes, extremadamente humildes.

Muchas biografías, películas u otros trabajos, en torno a su persona, tienen datos inexactos y hechos que nunca sucedieron de verdad. Por lo que, no hay personaje, que acumule más embustes en su biografía que ella. Tristemente esta mujer nunca fue libre, ni del destino, ni de su grave adicción al juego y al dinero, lo cual la volvería vulnerable y la abocaría a la soledad y al olvido.

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