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Es un lugar de culto mágico-religioso a lo largo de los siglos y de veneración para los miles de peregrinos, rodeado de leyendas y misterios. Su origen es un enigma.

El Santuario de la Virgen de A Barca está en el Camino de Santiago. Según cuenta la leyenda, la Virgen llegó hasta aquí en una barca de piedra para alentar al apóstol Santiago a seguir predicando, ya que estaba desanimado por el poco éxito que creía suscitar en los feligreses.

Muchas de las partes de esta barca de piedra quedaron para siempre en la Punta da Barca. La cultura popular les otorga propiedades curativas.

El propio recinto religioso y el atrio que se extiende más allá del murete, hacia donde están las piedras “mágicas”, con propiedades curativas y adivinatorias: la Pedra de Abalar (oscilar), la Pedra de Os Cadrís (Riñones), Pedra dos Namorados (enamorados) y la Pedra de O Temón (timón). Son los restos de la embarcación que, cuenta la leyenda.

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La leyenda de la aparición de la Virgen al apóstol Santiago en un lugar recóndito y apartado conocido como Punta Xaviña (Muxía), aúna la devoción jacobea con la mariana, algo muy semejante a lo ocurrido en Zaragoza, también durante la predicación de Santiago en Hispania. La leyenda y la tradición nos hablan de un Santiago cansado de predicar en vano, tanto en Hispania como en las propias tierras de Fisterra, donde los paganos se habían burlado de él en Duio -ciudad legendaria, citada en la tradición jacobea.

Los nerios habitaron esta región durante mucho tiempo procedentes de Europa Central, hacia mediados del siglo VII a.C. Una rama de los ártabros y cuya presencia parece registrarse, dentro de las migraciones celtas a la Península

Los nerios adoraban al sol en el Promontorio Nerio, Cabo Fisterra, donde lo veían ocultarse bajo las aguas

oceánicas al occidente, para renacer al día siguiente al otro lado del mundo, tras las montañas del este. Allí estaría el Ara Solis, donde existen datos de la afluencia de navegantes que también acudían a rendir tributo al astro rey divinizado en este altar del culto solar, peregrinaciones marítimas que estaban acompañadas por otras realizadas por tierra, uno de los precedentes del Camino de Santiago, pues aquí se dice desembarcaron los restos del Apóstol, en la Playa de Langosteira, devueltos por sus discípulos a la

Gallaecia en la que, según la tradición, Jacobo predicó.

Los habitantes de Duio habían preferido seguir sus cultos paganos, por lo que el Apóstol rogó que la ciudad quedara para siempre bajo las aguas. Desolado, el santo llegó al litoral de Punta Xaviña cuando observó que se acercaba por mar una barca. En ella venía la Virgen, que le consoló y dio ánimos, a la par que le anunciaba que era necesario que regresara a Jerusalén, puesto que su misión en Hispania ya estaba finalizada y la semilla sembrada. Se dice que la Virgen le dejó al Apóstol una imagen suya que este depositó en un pequeño altar junto a las rocas. La barca de la Virgen quedó allí para siempre y desde entonces es conocida como Pedra de Abalar. Se conservan también otras grandes piedras de la barca: la gran vela -Pedra dos Cadrís- e incluso el timón.

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La Pedra de Abalar, con sus vecinas Pedra dos Cadrís y Pedra do Timón, quizás forman parte del mayor altar litolátrico del occidente peninsular.

Desde el principio de los tiempos el hombre ha otorgado un carácter religioso y desarrollado un auténtico culto a las piedras. A éstas no sólo se le han concedido poderes curativos o adivinatorios, sino que debido al profundo peso que desempeñan en la cultura tradicional el cristianismo se vio obligado a retomar esas creencias y auspiciarlas bajo el manto protector de la nueva fe. En Galicia, tierra de profundas y antiquísimas tradiciones populares, podemos seguir las pistas a esas doctrinas milenarias, y entre ellas destaca sin duda alguna el culto a las piedras, ya que en este territorio tienen una naturaleza sobrehumana, pues representan lo eterno, lo inalterable. La piedra ha sido desde el principio el primer instrumento que ha utilizado el hombre, en ella se hacen sacrificios a los dioses, se amortajan a los muertos, se reencarnan los hombres, se observan concesiones divinas ...

Estamos en el conjunto de A Barca ante un ejemplo más del culto ancestral que ha sido solapado, por la fe cristiana. De hecho, se combinan o asocian las presencias de una piedra de carácter adivinador (la Pedra de Abalar) y otra de carácter sanador (Pedra dos Cadrís): las primeras tienen una gran importancia en la mentalidad popular gallega, pues no en vano las "pedras de abalar" (piedras que se mueven) tienen una presencia destacada en la relación de la cultura tradicional con el mundo lítico. Antes de la cristianización a estas piedras se les otorgaban poderes adivinadores y a ellas se recurría para que su sabiduría diese dictamen sobre juicios, litigios o controversias. Era la suprema decisión y en su mano estaba el si o el no, la sentencia divina, ya que la particularidad de su movimiento tenía naturaleza celestial.

Las piedras sanadoras del mismo modo no son figuras exclusivas de a mentalidad popular gallega, sino que su presencia está muy extendida por los cinco continentes. Era creencia primitiva que algunas piedras tenían la facultad de curar algunas dolencias y la Pedra dos Cadrís, quizás por su propia forma, desarrolló en la mente popular la certeza de su capacidad para curar las dolencias del riñón, las lumbares y el reúma. Pasar por su oquedad nueve veces y una más produce alivio o curación de tales males.

Estos cultos primitivos llegaron a calar de tal manera en el subconsciente del pueblo que no pudiendo ser eliminados por el cristianismo, hubieron de ser referidos en la nueva fe. Las arcaicas devociones relacionadas con las piedras de Muxía fueron ligadas en la Edad Media a la tradición jacobea. No se tienen datos certeros sobre la fundación Muxía como núcleo de población. Lo que sí se conoce es su relación con el monasterio de San Xiao de Moraime (parroquia perteneciente al municipio de Muxía) durante la Edad Media hasta que el emperador Carlos V lo permutó con los monjes para que se acogiese a la jurisdicción de realengo por el interés que tenía para la corona como puerto de comunicación con Inglaterra. De su dependencia de la abadía se apunta al origen de su nombre: monxía, que derivo a Muxía. Esta localidad fue testigo de los ataques normandos y de piratas que se atrevían a navegar por las peligrosas aguas de la Costa da Morte, con el único fin de saquear las riquezas del monasterio de Moraime. Los habitantes del lugar continúan viviendo en la actualidad muy relacionados con el mar y sus productos más preciados: el marisco y la pesca con métodos tradicionales (pesca do pinxo o pesca con anzuelo en pequeñas embarcaciones que faenan en pesquerias cercanas a la costa), en una franja costera muy hostil que continuamente se cobra vidas de marineros y pescadores. Estas faenas ya se realizaban en el medievo por los habitantes de la costa para abastecer al monasterio, uno de los más poderosos de la zona debido, fundamentalmente, a su relación con Compostela que lo identificaba como final del "camino", pues este litoral recibía la visita de peregrinos que buscaban en sus aguas la vieira, señal acreditativa de haber peregrinado hasta el sepulcro del Apóstol. El propio Santiago llegó hasta los confines del mundo en su labor evangelizadora y, estando absorto en la contemplación del inmenso océano, observó una barca de piedra sobre las aguas encrespadas que las olas depositaron suavemente en el roquedal. De ella descendió la Virgen, que se acercó al Apóstol para animarle en su labor, y cuando ésta le hubo abandonado quedaron ubicadas sobre el litoral la vela (Pedra de Abalar), la barca (Pedra dos Cadrís) y el timón (Pedra do Timón) que aún hoy podemos contemplar en los peñascos entre el mar y el santuario.

Vale la pena dedicarle unas líneas a esta mole de piedra bautizada como “A Ferida”, “La Herida”, obra del escultor Bañuelos Fournier. Se trata de un bloque de granito con un peso de más de 400 toneladas y 11 metros de altura. El monolito está hendido longitudinalmente tratando de simbolizar una herida sangrante, la herida provocada por el vertido del Prestige, que dio lugar a un movimiento de solidaridad que recorrió toda España.

A Ferida costó 120.000 euros sufragados por la compañía de seguros Aenon, que posteriormente cedió el monumento al Concello de Muxia.

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