El Botafumeiro “Rey de los incensarios”, o “Turibulum mágnum” en su nombre latino, como se le denomina a veces, es uno de los elementos más conocidos y tradicionales de la Catedral.
Es icónica su estampa recorriendo las naves del crucero de la catedral casi hasta estrellarse contra sus bóvedas entre el humo del incienso.
Dado que la Catedral nunca se cerraba en la Edad Media, y los peregrinos entraban en ella día y noche, y hasta pernoctaban en las tribunas, era necesario purificar el ambiente y darle un mejor olor. Por eso aquí el incensario es especialmente grande, permitiendo quemar mucho más incienso y expandir su aroma por todas las naves.
El mecanismo que hace posible su movimiento oscilante hasta unos veinte metros de altura, lo debemos al ingenio de un hombre del Renacimiento, el aragonés Juan Bautista Celma.
Esta “especie de Leonardo da Vinci” español era pintor, arquitecto, broncista… e inventor, y de todo ello dejó ejemplos en la Catedral.
A finales del siglo XVI, sustituyó el viejo sistema de vigas de madera, que sin duda no permitían esta velocidad ni altura que permite el actual sistema de poleas, por entramado de hierro fundido en Vizcaya.
Situado justo bajo el cimborrio, su perfecto diseño hace que el incensario no pueda llegar nunca a estrellarse contra la bóveda, a pesar de quedarse a un escaso metro de distancia y con una inclinación de 82 grados.
Para hacer posible su movimiento pendular, ocho hombres tiran de otras tantas cuerdas, que enlazan con una gruesa maroma de sesenta centímetros de diámetro.
El extremo de esta cuelga siempre en el centro del crucero, y cuando no tiene atado el incensario se mantiene tensa y embellecida por la llamada “alcachofa” de alpaca, con decoración vegetal.
Estos hombres reciben el nombre de tiraboleiros por los nudos como bolas hechos en las cuerdas, que facilitan su agarre. Los acompasados tirones de los tiraboleiros hacen que el carrete del ingenio de Celma se mueva a uno y otro lado, arrastrando así al incensario.
Los tirones hacen que el vuelo del Botafumeiro alcance los 21 metros de altura en un arco de 65 metros y a una velocidad de 68 kilómetros por hora.
A lo largo de la historia fueron varios los incensarios usados, aunque apenas tenemos noticias de ellos. Según parece, el que precedió al actual fue robado por las tropas franceses durante su invasión de 1808. Sería sustituido por el de latón bañado en plata diseñado por el orfebre compostelano José Losada en 1851. En 1971 se realizó una copia en plata que donaron a la catedral la Hermandad de Alféreces Provisionales. Aún existe otra réplica en una tienda de recuerdos en la Rúa del Villar.
Entre realidad y leyenda, se habla de varios incidentes, como el que parece que presenció Catalina de Aragón en 1499, cuando el incensario salió despedido por la puerta de las Platerías y se estrelló en la plaza.
Otros incidentes menos espectaculares fueron los de 1622 y 1937, cuando parece que el incensario se desvió de su trayectoria.
Actualmente, su funcionamiento suele ir acompañado del Himno al Apóstol entonado en las misas solemnes, o cuando algún grupo de peregrinos lo solicita para rematar la ceremonia a la que asisten.