En la historia del arte si una sonrisa ha trascendido por encima de las demás, ésta es, sin duda, la sonrisa de la Mona Lisa que Leonardo da Vinci pintó en el Renacimiento.
Pero si nos remontamos siglos atrás, a épocas del Románico más puro, encontramos otra enigmática figura que porta en su rostro la misma expresión. Nos referimos a la escultura del profeta Daniel que podemos ver en una columna, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago.
La escultura representa a un hombre joven, con el pelo rizado, y que nos muestra una sonrisa pícara que nos llama la atención y que es única en el arte románico.
Es la imagen del profeta Daniel (Danieliño para los gallegos) que esboza una pícara sonrisa mientras observa furtivamente los prominentes senos de la estatua que se encuentra enfrente y que representa a la reina de saba, y tiene las mejillas sonrosadas por tal atrevimiento.
La tradición dice que el arzobispo ordenó rebajar los pechos de la estatua (cosa que se observa claramente por los cambios de color que se aprecian en la piedra). Como reacción a este acto se dice que las mujeres de los pueblos cercanos comenzaron a dar forma de tetilla a los quesos que elaboraban, en protesta por dicha pérdida.
Era una manera del todo original de restituir a la reina de Saba, recordando con este transformado lácteo los pechos prominentes que tenía la escultura.