Desde el Cabo de Fisterra hasta el arenal de Carnota se extiende esta amplia ensenada en la que encontramos atractivos faros, playas y miradores.
En la Ría de Corcubión, donde no hay urbes ni grandes poblaciones, la naturaleza manda, haciéndose dueña y señora del paisaje. Desde la punta del Faro de Fisterra, donde los romanos ubicaron el “fin de la tierra”, hasta la Playa de Carnota, la más extensa de Galicia con sus 7 interminables kilómetros de arenal, se abre un litoral que hay que recorrer con calma para no perderse ninguno de sus matices.
Situada al suroeste de la provincia coruñesa, esta ría de Costa da Morte es un auténtico festín de colores donde el azul del mar se mezcla con el verde y ocre de sus montes, como el mítico Pindo, un gigante de granito guardián de leyendas de princesas cautivas en cuevas y de serpientes de siete cabezas. Muy cerca, la Fervenza do Ézaro, otra de las maravillas de esta costa, en la que el Xallas se precipita hacia el mar dando lugar a una singular cascada.
No hay que abandonar Ézaro sin subir a su mirador, en un duro ascenso que recuerda a un puerto de montaña y que, en su tramo final permite disfrutar de una impactante panorámica que hace soñar con los fiordos noruegos. Otro magnífico mirador, el Mirador de Gures, ya en Cee, permite atisbar a lo lejos el Faro de Fisterra, una visión que nos deja con la boca abierta.
Además de todo el entorno de la ría, no hay que dejar de ver la Illa Lobeira Grande y su faro, en la misma Ría de Corcubión, refugio de cormoranes y gaviotas. Con un embarcadero situado en su parte norte, desde este islote se divisa la cercana Fisterra con su mítico faro, vinculado al de As Lobeiras.
Bordeando la Ensenada de Sardiñeiro, salpicada de playas y pequeñas aldeas, entramos ya en Fisterra, el punto final de esta ruta por la Ría de Corcubión, que promete sorprendernos con otra ensenada, la de Langosteira, donde se aloja la espectacular playa del mismo nombre, puerta de entrada a la villa marinera. Fisterra es destino final del llamado “epílogo” del Camino de Santiago, la llegada al Faro de Fisterra. Es aquí, en el lugar conocido como “finis terrae”, donde el ocaso se vuelve una experiencia mágica, convirtiendo el punto final de esta ría en uno de los enclaves más visitados de Galicia.