Durante siglos confundido con un molusco, el percebe es un crustáceo de piel membranosa negra con base anaranjada y rematado en una uña dura como el sílex, conformada por placas calizas con pinta de muñón que le dan el aspecto de un bicho extraterrestre. Pese a su extraña forma —o también por eso—, es el marisco más buscado en la costa, el más cotizado en la lonja y la plaza, el más apreciado en la mesa. Aunque aparentemente tenga todas las de perder: “Es caro, te mojas las manos para comerlo y estéticamente es feo. Pero tiene un sabor único. Es como entrar en el mar con la boca abierta”.
‘Hay días en que mis mejillas se ruborizan porque no alcanzo a definir si mi profesión es un modo de ganarme la vida o, por el contrario, es una forma temeraria de jugar con la muerte.
Cada mañana, al despuntar el alba, llueva, granice o reine implacable el Sol en el cielo, armado de mi ‘ferrada’ y de una pequeña bolsa de malla me dirijo por senderos abruptos hasta las piedras, a esas piedras agrietadas durante milenios por los golpes del mar, en cuyos surcos se esconden silentes los percebes. Mi trabajo es danzar con las olas; hay días que me mecen con su monótono rumor, otras me escupen con sus rugidos hasta calarme los huesos, en ocasiones me agitan como si fuera un títere, pero siempre –hasta hoy– me han bendecido con sus frutos’. Las emotivas palabras de un percebeiro de 44 años y patrón mayor de la cofradía de Corme, en plena Costa de la Muerte.
La mística que rodea al oficio va unida al peligro y la vocación. “Uno no se levanta un día y dice: ‘Quiero ser percebeiro’. Debes tener enfrente el mar”. Para ser bueno hay que tener un sexto sentido, como un futbolista o un maestro de artes marciales. “Entrenando puedes jugar en Primera, pero para ser Maradona o Messi tienes que nacer. Pero ojo. Aquí puedes poner a un deportista de élite y a lo mejor se lo lleva la primera ola”. “Es como coger setas, pero más fácil de encontrar, porque el percebe siempre está donde rompe la ola”. Hoy trabajan mucho más preparados que antes, con traje y guantes, sin hipotermias ni heridas. Ahora van pertrechados para manejar la ferrada, solo uno de los muchos nombres de la palanca de acero que le permite arrancar los percebes sin dañarlos, mientras hablan a gritos y saltan con agilidad de roca en roca. “El percebe no tiene ni un enemigo en el mar, porque es tan duro que no pueden con él”.
Su calendario laboral se rige por el de las mareas. Apenas se recoge durante los cuartos de Luna porque no hay casi oscilaciones de marea, aunque algunas cofradías se lo están planteando para aprovechar la falta de oferta en el mercado. En este calendario, los temporales del Cantábrico tienen la última palabra: los marineros dicen que este es un mar muy avaro. La ley permite mariscar dos horas antes de pleamar y una hora después de bajamar. En esas tres horas, cogen un máximo de seis kilos.
Antes de bajar a las rocas, los percebeiros charlan mientras vislumbran en la penumbra los ‘camiños’ que les conducen a la zona donde trabajan. Cada percebeiro es un trabajador autónomo, y cuando tiene el cupo de percebe, pasa por el punto de control donde está el vigilante de la Xunta o de la cofradía para pesarlo. Cuatro centímetros es la talla comercial mínima legal. El sistema es bueno en la teoría, pero en la práctica no le faltan voces críticas. Hay quien preferiría que los vigilantes de cada ría fueran rotando para evitar abusos. Cuando el percebeiro pasa el control, se lleva el percebe a casa para clasificarlo. Se hacen tres lotes según el tamaño y la calidad. Por la tarde, se subasta en la lonja. En Navidad y en la Fiesta del Percebe, en julio, los precios se disparan y puede alcanzar los 160 euros el kilo sin IVA., un descuido es la muerte. Encima, hay furtivismo y el mar es coto de los armadores. ¿Para cuándo una legislación que nos proteja a nosotros y al recurso?’, se lamentan.
Hablan los entendidos de que el percebe más apreciado del planeta se encuentra en cabo Roncudo, un faro a poca distancia de la aldea. Es un lugar sacado de un sueño. Acantilados de granito y cuarzo con formas y colores indescriptibles que cuelgan sobre el Atlántico. Una carretera sinuosa, casi siempre envuelta en neblina, nos lleva hasta allí. La mar en estado puro.
El percebeiro es una figura clave en estas latitudes. Son hombres y mujeres que llevan este oficio en el corazón desde críos. Cuando el sol aún bosteza ya están listos para apañar (recoger el percebe). Es una liturgia. Debido al saqueo clandestino, la recogida de percebe está muy controlada y sólo se puede faenar con la licencia correspondiente y con fechas y puntos de trabajo previamente asignados, dependiendo de las mareas y del estado vital de los percebes.
Desde Corme a Cabo Nariga (al norte) hay unos 10 kilómetros. Es un recorrido fascinante, repleto de paisaje esencialmente gallego. Los percebeiros de Corme conocen palmo a palmo este itinerario. Es curioso escuchar con que sentimiento hablan del lugar. Sus vidas forman parte de este camino, y al revés. Es un mundo genuino, muy particular, muy gallego.