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El origen de los arrieros maragatos se remonta a la España del siglo IX, cuando Ordoño I, rey de Asturias, inicia la repoblación del Reino de León tras la expulsión de los árabes. Es en ese momento cuando realmente comienza el oficio de la arriería, cuya principal misión era la de suministrar alimentos y otros productos necesarios al Reino de Castilla. Los primeros arrieros tenían su origen en Astorga y sus alrededores, y partían con sus carromatos tirados por mulos hacia Galicia y norte del Reino de Castilla de donde traían pescado en salazón y carbón hacia los nuevos núcleos comerciales que iban instalándose en las ciudades de más al sur del Reino. Este género era cambiado por embutidos, productos de matanza y productos de secano que a su vez eran transportados al norte. Para ello, hicieron uso de las antiguas vías romanas, especialmente la que comunicaba Astorga con Braga (Lugo) y finalmente la Vía de la Plata para continuar hacía Madrid. Su jornada diaria solía ser de tres leguas, unos 15 km, y para el traslado del pescado construyeron pozos que rellenaban con nieve durante el invierno, la cual resistía gran parte del verano. Así tenían sus cámaras frigoríficas para mantener el pescado fresco durante el viaje. Ejercían la arriería durante los meses de abril a diciembre, descansado del oficio el resto del año.

El 20 de febrero de 1367, el rey Enrique II les da el privilegio de exención en el pago del Portazgo por su excelente labor (este era un impuesto que todos los arrieros debían pagar al llegar a cualquier ciudad del reino). Esto atrajo a muchos arrieros de otras zonas que se establecieron en Astorga y cerca de ella. La Corona siempre tuvo un trato especial con los arrieros maragatos, y por ello les encargará la recaudación de tributos y el trabajo de trasladar el oro que provenía de las indias desde los puertos de entrada hasta la Corte. Por este servicio los arrieros maragatos cobraban el doble que otros arrieros, pero se prefería pagar el exceso de dinero por la seguridad y confianza que inspiraban, pues eran conocidos por su honradez y fidelidad. Los maragatos tienen la fama de defender la carga que transportaban con su vida.

El camino que cruzaba la maragatería de este (Betanzos) a oeste (Madrid) se llamaba Calzada real, Carrera de Galicia, Camino real o Camino gallego.

En total eran 100 leguas y aproximadamente llevaba unas 12 jornadas llegar a Madrid. El itinerario englobaba estas etapas: Betanzos, Portobelo, Otero del Rey, Hospital de Charmoso, Gallegos, Fuentefría, Piedrafita, Trabadelo, Cacabelos, Molina Seca, Foncebadón, Astorga, La Bañeza, Benavente, Villalpando, Villar de Francos, Val de Tronco, Medina del Campo, Arévalo, Adanero, Villacastín, El Espinar, Guadarrama, Torrelodones, Las Rozas, Madrid. Ya en el S. XVIII el envío de pescado fresco a las casas reales lo realizaban los arrieros maragatos mediante el servicio de postas (correos a caballo), lo que posibilitaba que el pescado fuese de Galicia a Madrid en 4 días.

El trabajo de los arrieros fue ganando con el tiempo gran popularidad, fama y respeto debido a la manera con la que protegían sus cargamentos, a menudo defendiéndola con su propia vida. Se les consideraban los transportistas más seguros y a quienes se les podía confiar mercancías de gran valor por su honradez y fidelidad. Fue por ese motivo por el que La Corona siempre mantuvo un trato especial con ellos, encargándoles incluso la recaudación de tributos y el trabajo de trasladar el oro procedente de las indias desde los puertos de entrada hasta La Corte.

Citaremos una anécdota curiosa ocurrida durante el período de la reina Isabel II, en el que se seleccionó a un maragato, Don Santiago Alonso Cordero, popularmente conocido como “el maragato cordero”, para que realizara el transporte de los tubos provenientes de Inglaterra destinados a la construcción del canal para las aguas de Madrid. Una vez que hubo comenzado el transporte con las recuas de carga, mulas o caballos, la cebada sufrió una importante subida de precio. Esto supuso un duro golpe a la economía del arriero, al ser este cereal el principal alimento de sus animales. El arriero se encontraba en su derecho de subir las tarifas, ya que el precio pactado con los miembros de La Corte no contemplaba esta subida. Sin embargo, Don Santiago no lo hizo porque “la palabra del maragato ha de cumplirse siempre, y más si se le ha dado a una dama como es la Reina”.

Gestos como este lograron que la popularidad e influencia de los arrieros maragatos fuera tal que la labranza de la región pasó a cargo de las mujeres de estos, además de la comercialización con aceite y jabón; la región dejó de dedicarse a la industria textil mencionada anteriormente para especializarse finalmente en la arriería. En realidad, la influencia de la arriería era mucho más compleja, abarcando la natalidad, ya que casi todos los arrieros tenían un promedio de hijos muy superior al genérico de la época, así como la propiedad de las tierras. Incluso podemos encontrar documentos que afirman que a menudo el arriero viajaba con criados. Fue a partir de este siglo cuando empezaron a construirse las primeras casas arrieras, que eran casas de labranza maragatas. Se componían principalmente de un gran patio central, alrededor del cual se encontraban el resto de las dependencias. Las casas eran de piedra y la entrada se hacía a través de un gran portón compuesto por un arco de medio punto. El salón estaba en la planta superior junto a las habitaciones. Cuanto mayor era la casa, mayor era la importancia de su dueño. De esta forma, los arrieros maragatos van adquiriendo la fama de ricos, gracias a su ingenio comercial unido al sudor por su trabajo físico. Un arduo esfuerzo físico ya que hasta el siglo XIX la red de caminos de ruedas fue muy escasa en España, los caminos eran abruptos y la zona recorrida por ellos era mayoritariamente montañosa; por lo que los arrieros llegaban con sus recuas donde no podían hacerlo ni los carros ni las carretas.

En el último tercio del siglo XIX se produce un avance en el transporte de mercancías que haría que todo cambiase para los arrieros maragatos: la llegada del ferrocarril. Este nuevo medio de transporte de personas y de mercancías obligaría a los arrieros a cambiar sus costumbres. La agricultura de esa zona de España no pudo sostener a tantas gentes por lo que miles de maragatos se establecieron como taberneros, carromateros de productos de ultramar, comerciantes en Galicia o se vieron obligados a partir, y con ellos su dinero, eso sí, sin perder sus hábitos de comerciantes. En su emigración los principales destinos fueron América, Galicia y Madrid, donde muchos se establecerían como pescaderos. Se produjeron incluso emigraciones estacionales de hombres, que pasaban la mayor parte del año en la capital de España para luego volver al pueblo en verano y ayudar a sus mujeres en la labranza.

El oficio de arriero desaparecería, pero la huella de los maragatos perduró e incluso se extendió con esas migraciones.

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