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Son artesanas del mar, autónomas a merced de las inclemencias del tiempo. Son las mariscadoras, mujeres gallegas que salen cada mañana en busca de almejas o berberechos. Llevan toda su vida cerca de la mar y, según el censo, más del 80% superan los 40 años y muchas rebasan los 65 años. Cada mañana, están pendientes de la retirada de la marea, dispuestas a aprovechar al máximo las cuatro horas que pueden invertir dentro del mar. Circunstancias que no se plantea quien se toma una ración de berberechos en la barra de cualquier tasca española.

“Todos los días no se trabaja. Nuestra jornada laboral la decide el mar, es nuestra oficina. Tenemos un cupo de recogida, a partir de ahí, lo demás lo deciden las mareas y nuestras ganas de trabajar”

Cuando apenas asoma el sol, abren los maleteros de sus coches y se enfundan en sus petos de plástico, sacan sus neumáticos y capachos con un calibre atado para medir el género. Cargan sus pesados rastrillos al hombro. Se atan los flotadores a la cintura, colocan la canasta dentro y con la primera luz del día se meten al agua. Durante unas cuatro horas rastrean la arena mientras el oleaje golpea y mueve con fuerza los grandes flotadores negros que atan a sus cinturas.

Se las puede ver en las orillas del mar, justo en la línea donde se unen y separan el agua y la tierra. No tienen cola de pez, ni largas cabelleras, ni muestran sus senos desnudos. No cantan para seducir a los marineros ni se pasan las horas peinándose sobre una roca, sino que se agachan y se levantan constantemente, con el agua hasta la cintura y un saco a su lado. Han hecho de las playas su lugar de trabajo y, desde siempre, han sido un puntal -poco reconocido- de la economía de Galicia. Son las mariscadoras.

El marisqueo a pie es una actividad ancestral que requiere de conocimientos específicos transmitidos de generación en generación entre las mujeres mariscadoras.

Su labor es tan ancestral como artesanal, ya que como su nombre indica, se realiza a pie, sin emplear maquinaria alguna, solo las manos y algunos utensilios y artes específicas como la “pinza”, el “anciño”, la “sacha”, el “ganchelo” o la “aixada”.

Así, con trajes de aguas y botas, estas artesanas del mar recolectan mariscos bivalvos entre la arena, las piedras y el lodo. Mariscos tan codiciados como la almeja fina, la de mejor calidad, o las navajas de las rías, pero también berberechos, almeja roja, almeja babosa, almeja japónica y longueiróns. Tras la dura jornada se dirigen a la lonja donde se subastarán los productos.

Cuentan que hubo un tiempo en que todo el mundo vivía del mar. "Nada te impedía bajar a la playa y llevar los kilos de marisco que quisieras para casa. Un taxista, un labrador o un ministro, por decir algo, cualquiera podía tener un medio de supervivencia a mayores. Pero un día eso se acabó, porque si no, no creo que quedase hoy algo para mariscar. Aunque con las prohibiciones llegaron los furtivos, que ahora están volviendo con tanta crisis, y esa es la otra cara de nuestro oficio".

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